Capítulo 36

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Una vez que Nemo desapareció, escurriéndose por entre las sombras, me replanteé lo que acababa de ocurrir

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Una vez que Nemo desapareció, escurriéndose por entre las sombras, me replanteé lo que acababa de ocurrir. El documento, tan inútil para mí y tan idílico para él, contenía una serie de palabras en un código secreto, junto a varios números que parecían una combinación azarosa, pero que revelaba algo que yo no era capaz de comprender. En el tercer renglón, en tinta roja, para resaltar que no se trataba de un asunto de lo más banal, se hallaban también una sucesión de números y letras que tampoco conseguí memorizar.

Por fortuna, el matón no había encontrado el segundo fondo falso, una pequeñísima libretita en donde figuraba un nombre junto a una dirección. La misma se correspondía con la de la casa en la cual Nemo se había perdido al terminar nuestro pacto, un par de días atrás. Con esta prueba, ahora sí lo único que faltaba era llamar a la policía de una vez por todas.

Salí de la antigua vivienda (si fuera mi tío yo ya la habría reformado con un hermoso chalet), iluminado por la linterna de mi teléfono, que casi estaba sin batería y debía conservarla para la posterior llamada. Así, atravesé cada uno de los pasillos, con cuidado de no aplastar ninguna cucaracha para evitar escuchar el crujido. Una vez fuera, moví la cabeza a ambos lados, en busca de enemigos. Como era de suponer, no había nadie allí. Por lo tanto, marqué el 911 y esperé a que algún oficial malhumorado y aburrido levantara el tubo del otro lado.

—Comisaría número siete, ¿en qué puedo servirle? —dijo por fin una voz femenina algo distorsionada.

—Vengo a denunciar un intento de extorsión basado en pruebas —intenté sonar lo más adulto posible.

—Hogaño, no hay muchas denuncias de ese tipo. ¿Podría agregar algunos detalles a su relato? De ello dependerá si se tratará de una simple sospecha o una causa de brío.

Tardé cinco minutos completos en ponerla al tanto del carácter idílico de la situación en cuestión y sentí, con pesar, como todo el dinero del abono fijo de mi teléfono más unos cuantos dólares más. La secretaria se tomó su tiempo para agendar la información (tecleaba en su computadora como una loca, como si estuviera ocupada con otros asuntos), haciéndome creer que ni siquiera estaba escuchándome. De todos modos, no olvidé ningún detalle de mi historia.

—¿Cómo me dijo que era el tipo que lo amenazó? —simuló importancia.

—Su nombre es Jacob y vive en un oscuro callejón cerca de la Avenida Washington —le aseguré, sin titubear.

—Le pasaré con el comisario en jefe de inmediato. Si situación suena más alarmante de lo que parecía en un comienzo —confesó ella.

Del otro lado de la línea, pude escuchar cómo su jefe le arrebataba el aparato de las manos y la amovía de su silla sin escrúpulos. Me dejó en espera durante unos dos minutos, tiempo en el que su secretaria lo puso al tanto de lo ocurrido.

—Hola, David —la voz de Nemo, que tan pronto se me había vuelto tan familiar como a la vez terrible, me saludó desde la supuesta comisaría—. ¿Te gustó la bromita de pincharle el teléfono a los polis? Es una de nuestras especialidades —confesó.

THEMMA © [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora