Capítulo 65

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Mi cerebro aún no dejaba sus cavilaciones, procurando hallar respuestas a cada una de las inquietudes que supo arrojarle aquella declaración tan sorprendente

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Mi cerebro aún no dejaba sus cavilaciones, procurando hallar respuestas a cada una de las inquietudes que supo arrojarle aquella declaración tan sorprendente. Mi madre, la cual permanecía bajo la imagen de una mujer, pero mucho más salvaje y cruel que la que yo había tenido la dicha de conocer durante dieciséis años, mantenía sus brazos en jarra, desafiante, y ni siquiera se preocupó en proporcionarme un ósculo, ni tampoco preguntó por mi larga ausencia. Parecía estar al tanto de lo ocurrido, cual si me hubiera colocado un chip de seguimiento.

—Recoge tus cosas y salgamos de aquí —me ordenó, en una voz áspera, a la vez que cerraba la puerta con prepotencia, generándome un salto de terror.

Me dirigí hacia mi nueva habitación y comencé a ordenar mis cosas con la mayor parsimonia que me fue posible. Mi madre, ahora la AGENTE X307, comenzó a limpiar su rostro algo manchado en el baño, desprendiéndose así un aroma a pólvora y hollín que no me invocaba buenos pensamientos. De Nemo, se habían esfumado todos y cada uno de sus artículos personales; ni siquiera fui capaz de encontrar ese aroma a madera de cedro quemada que le confería aquel aspecto tan característico, fruto de una extraña fragancia que utilizaba, la cual no alcanzaba para cubrir su olor a sudor durante sus días de mayor acción. La figura maternal que de reaparecía ante mis ojos, me inspiraba mayor confianza, al tiempo que incrementaba mi dosis de desconcierto a la hora de pensar quién era aquella con la que había estado conviviendo todos esos años.

—¿Adónde iremos, mamá? —la inquirí, con el objeto de derribar cuanta formalidad se pudiera interponer en nuestra relación desde ahora.

—Desde hoy y hasta que mueras, me dirás Esther —añadió ella, al tiempo que desenrollaba con impaciencia un pequeño contrato, el cual no dudó en leerlo en voz alta, reclamándome para que estampara mi rúbrica al pie.

»A partir de hoy sabrás —comenzó ella, con el típico siseo tan característico de las personas de su procedencia— que toda tu vida se acabó. Vivirás sólo, para, donde, cuando y siempre que nosotros te necesitemos. Serás guía y guiado, comandante y esclavo, mártir y dios; tendrás el control del bien y del mal y dispondrás de herramientas para cambiar cualquiera de estos conceptos. Ofrendarás tu vida a tu misión, y darás tus últimos pasos sobre la Tierra justo después de cumplirla. No serás ya un hombre, serás comunidad. No podrás someter al movimiento con tus decisiones arbitrarias ni importunar a superiores y subordinados a cualquier interrogante personal ni intempestivo, en excepción a aquellas circunstancias que así lo prevean. Tienes prohibido bajo pena de muerte, revelar ni insistir en que otro te lo haga a ti, dar fe de tus buenas, justas y necesarias intenciones hacia cualquiera sin antes asegurarte de su verdadera pertenencia a la comunidad, única merecedora de tu verdad.

Mi madre me extendió un bolígrafo, el cual había permanecido en el bolsillo de su pantalón, al tiempo que buscaba en un bolso que yo no había sido capaz de observarlo al momento de su sorpresiva llegada, indicándome con una cruz el renglón en donde habría de estampar mi firma. Me incliné sobre el papel unos instantes para releer todo con avidez, pronto para ejercer cualquier objeción en contra de mi participación. No obstante, el frío que sentí en mi espalda, fruto de un pequeño artilugio cilíndrico, me obligó a acelerar el proceso.

A medida que mi mano se deslizaba sobre el pergamino, veía como el dulce e inocente David se transformaba en un ser sin nombre, sin vida, sin alma, para pasar a ser, de una vez por todas, el AGENTE D007, en el que aquella mujer estaba obligándome a convertirme. Y créanme cuando les digo que el nombre podría parecer paradójico y hasta tragicómico, mas el dolor al que me vi sometido durante los próximos minutos consiguió darme alguna noción del período de sufrimiento al cual me habría de someter. Era como ingresar en la boca del lobo, para acabar arrojado entre medio de la basura, una vez que pudieran exprimir todo el jugo de mi pobre ser.

—Bienvenido al infierno mi querido Dante, aquí conocerás el origen de la maldad y el sufrimiento —la voz del malvado hombre que nos había atrapado retumbaba demasiado cerca de mis oídos, hasta el punto de que temía que, con el abrir de mis ojos, a...

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—Bienvenido al infierno mi querido Dante, aquí conocerás el origen de la maldad y el sufrimiento —la voz del malvado hombre que nos había atrapado retumbaba demasiado cerca de mis oídos, hasta el punto de que temía que, con el abrir de mis ojos, acabara encontrándome con un monumento a la fealdad y el desagrado.

»Es increíble que hayas arriesgado tu vida por un pedazo de chatarra como lo que se hace llamar Mónica, poniendo en peligro a tus amigos en el proceso.

Cuando por fin decidí dejar de evadirme de la realidad, me di cuenta de que habíamos sido descubiertas y trasladadas a un sitio similar a un artilugio de tortura, tal como lo indicaban mis inmovilizados manos y pies, rodeados de la presencia molesta de cuatro anillos concéntricos que acababan en un candado. Enfrente de mí se encontraba la pequeña Estella, con el pecho descubierto y enrojecido tras nuestra práctica de salvación. Un pequeño corte que se abría desde su frente generaba un arroyo de sangre que recorría sus pechos hasta acabar en su abdomen. A mi lado, por el contrario, se encontraba Mónica, la cual no parecía demasiado desesperada por la situación; es más, su vida repleta de adversidades ni siquiera se sorprendía frente a un fracaso en sus planes. Constituía, llanamente, un insignificante fracaso más al listado que confeccionaba a diario.

Pese a todo, lo que más me llamó la atención fue una cuarta máquina, cubierta con una tela que supo ser blanca, pero que ahora presentaba una mancha circular de una precisión perfecta que me ponía los pelos de punta. Además, por primera vez en el último tiempo, reparé en los gestos forzados y la extraña voz de nuestro amable hospedador, cuyo deseo de hablar de contraponía con su propia idea de generar un clima de tensión e incertidumbre.

De pronto, el sonido de su mano tirando desde detrás de su cuello nos sorprendió a todos aquellos que aún estábamos conscientes. Su piel se abrió, como si de un papel se tratara, y una extensa melena marrón patinó sobre sus hombros y acabó en su cintura. Su rostro, seccionado en dos partes, dejaba ver la delgadez cadavérica de su verdadera dueña. Allí, frente a nosotros, y pisoteando con su taco derecho lo que había sido su rostro, se presentó ante nosotros la verdadera autora intelectual en persona, la líder encarnada en mujer, la mente maestra que acababa de arrojar mis últimas esperanzas por la borda. Aquella que había decidido esconderse detrás de la careta del sexo que más odiaba en el mundo. Nadie más y nadie menos que quien había decidido sobre el destino de mi nueva amiga y había acabado con los pocos que me quedaban.




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THEMMA © [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora