Capítulo 34

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Se produjo un fuerte silencio del otro lado de la línea, el cual me inspiró cierta zozobra, hasta el punto de llegar a reconsiderar mi decisión

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Se produjo un fuerte silencio del otro lado de la línea, el cual me inspiró cierta zozobra, hasta el punto de llegar a reconsiderar mi decisión. Gracias al altavoz logré percibir sus respiraciones acompasadas, que reflejaban quién de los dos tenía más temor.

—¿Me oyes? —insistí, procurando abandonar aquel lugar apto sólo para nictofílicos antes posible. La oscuridad era tan inmensa que alcanzaba a convertirse en paradoja del exterior, con el sol quemando la piel de los habitantes.

—Claro que sí —se limitó a decir.

—Ahora dime qué quieres de mí —imperé, con tono vehemente.

—Antes que nada, te pido calma. Tenemos cierta prisa, pero no dejaré que me trates de ese modo, ¿comprendes?

—¿Tenemos? —hice caso omiso a su advertencia— ¿Con quiénes trabajas?

Mi interlocutora se tomó unos segundos para regresar a sus cabales. Luego salió al cruce, demostrando su amabilidad.

—Dios mío —blasfemó—, nunca pensé que en este trabajo tendría que vérmelas con un pendejo mamerto y con aires de sabelotodo.

—Es algo recíproco —acoté, como respuesta a sus vituperios.

—Ahora me vas a escuchar, ¿me oíste? —ya no le parecía divertido divergir conmigo y temía por las consecuencias.

—Nos vemos, preciosa. Llámame cuando llegues a casa.

Le lancé un beso a modo de despedida y presioné el botón de cortar con tanta fuerza que le ocasioné importantes daños al vidrio templado de mi teléfono. No podía creer que había sido capaz de ponerle frenos de ese modo a una chantajista.

Mi celular vibró por segunda vez y yo dejé que lo hiciera hasta que se acalló. Esta vez quien llamaba era el propio Nemo, en persona. También me llegaron varios mensajes de texto, notificaciones que también ignoré. No obstante, aún me sentía demasiado observado, de esas scopaesthesias que sientes cuando eres el centro de atención en una reunión familiar. Si bien procuré hacer caso omiso a su insistencia, la curiosidad pudo más que yo y no pude hacer otra cosa que leer el mismo mensaje, el cual había sido reenviado más de una docena de veces y que contenía una advertencia explícita: Mira por la ventana.

El texto, como era de esperar, me azoró hasta el punto de replantearme mi decisión de no huir apenas tuve oportunidad. Ahora me encontraba como un autofílico, refugiado en su soledad. Intenté no mirar por el inmenso ventanal, de todas maneras, sabía qué (o mejor dicho, quién) me acechaba tras el frágil vidrio, escondido entre el follaje.

THEMMA © [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora