Capítulo 30

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Regresé a casa con la mano derecha en el bolsillo de mi abrigo, protegiendo en mi puño el pequeño trozo de papel que el matón me había dado como número de emergencias

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Regresé a casa con la mano derecha en el bolsillo de mi abrigo, protegiendo en mi puño el pequeño trozo de papel que el matón me había dado como número de emergencias. La facilidad con la que había conseguido paralogizarme me sorprendió en parte y me aterrorizó en otra. Lo único que esperaba era que no se tratase de un fementido más, de los que te roban en la calle.

Mi mamá llamó a mi teléfono, preocupada. Le mentí, diciéndole que me había demorado en la cola del supermercado y que ya estaba a unas cuadras. Colgué y comencé a correr, dejando que la bolsa se sacudiera cual péndulo y rogando que nada saliera volando.

Tras una lacónica maratón de unas cuantas cuadras, y con mis piernas que no soportaban dar un paso más, me detuve. Me esforcé por aplacar mis respiraciones, inhalando y exhalando cada vez con menos furia. El latir de mi corazón se adaptó a la caminata. Plisé como pude mi remera y limpié mi sudor con el brazo, procurando emular el aspecto con el que había salido de casa, no fuera a ser cosa que alguna de las viejas del barrio me delataran.

El aroma a pescado que desprendía la cocina impregnó a toda la cuadra. Mi madre en persona acudió a recibirme, con su delantal favorito ceñido a su cintura. Sacó de la galera un arsenal de preguntas, para las cuales ya tenía respuestas premeditadas. Comí ensimismado y me levanté de la mesa con el pretexto de que necesitaba tomar una siesta, intentando no sonar soez ante su estupor.

En cuanto me encerré en la habitación, me contacté con el misterioso sujeto. Todo aquello sonaba tan quimérico que llegué a pensar, incluso, que se trataba de una broma. Pero luego comprendería que estaba muy equivocado.

—¿Quién habla? —la misma voz áspera se escuchó del otro lado del auricular.

—Soy David. Quisiera saber si ya tienen algún progreso.

Una carcajada me sacó el tímpano y me obligó a bajar el volumen de la llamada. Lo imaginé recostado sobre un diván de piel ojeando una revista, cambiando su expresión al recibir noticias mías. Se mantuvo con tanto ludibrio como con cautela.

—¿En serio piensas que conseguiremos saber algo de nuestra víctima en menos de una hora? La calma es tu enemiga —lanzó una nueva risotada—. Además, tenemos otras prioridades. Te llamaré cuando tengas noticias.

—Al menos dime con qué nombre puedo tratarte la próxima vez —insistí.

—Me conformaré con que me digas Nemo.

—Muy apropiado para un ser facineroso como tú. ¿Así que eso es lo que quieres ser?

—Por ahora, soy nadie para todo el mundo. En cambio tú...

—Soy el Rey David —bromeé.

—Exacto. Pero es hora de que al rey le saquen la corona.

Y dicho esto colgó.

Estaba claro que no podría conciliar el sueño después de aquello. Acaricié mi barbilla imberbe, tal como lo hacen los sabios, con la esperanza de que se me cayera alguna idea, mas continuaba siendo tan babieca como al comienzo de nuestra conversación.

THEMMA © [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora