Capítulo 44

48 17 67
                                    

Al temor y los denuestos que salieron de mí, le sucedió un maremágnum bastante intenso en el cual me replanteé lo que acababa de hacer

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Al temor y los denuestos que salieron de mí, le sucedió un maremágnum bastante intenso en el cual me replanteé lo que acababa de hacer. Mis bofes me obligaron a aumentar el ritmo de mis respiraciones para contrarrestar mi nerviosismo. Supuse que, tras mi señera ausencia, Nemo se habría alertado y había comenzado a analizar nuevos medios de escape, ya que yo, cual estulto, había arrojado, de un porrazo, todas sus esperanzas de escape. Lo imaginé mascullando bajo las aguas.

Aún enceguecido por la iridiscencia de aquel reflector, me sumergí y comencé a escrutar el lago en busca de mi compañero, viendo pasar a una caterva de peces amarillos pequeños. No obstante, y a pesar del ardor que esto me provocaría, abrí mis ojos y nadé hacia adelante, dando brazadas pobres y desesperadas, que no me llevarían a ninguna parte. De Nemo, ni noticias. Deslomado, y ansioso por aspirar una nueva bocanada de aire, emergí a la superficie, creyendo que el operativo ya había finalizado, mas me encontré iluminado incluso desde un helicóptero, cuyas asas amenazaban con rebanarme la cabeza en cualquier momento.

Aherrojado, suspiré y me arrojé de nuevo al agua dulce, buscando una escapatoria. Era consciente de que, de todas maneras, sería apresado ya que, en ausencia de Nemo (quien había dejado de preocuparse por el pellejo ajeno tras una situación crítica), no tenía idea alguno sobre qué debería hacer para salvarme. Consideré, incluso, que al entregarme sería capaz de reducir la condena o, al menos, pasaría de pena de muerte a cadena perpetua.

Resultaría inenarrable el aprieto en el que me encontraba: inmenso en el lago, casi a punto de caer en un soponcio al no ser capaz de soportar la tensión que se ejercía sobre mi cabeza, atormentado por miles de luces que me perseguían como a un conejo. Ya me veía venir una enorme red que se cerraría a mi alrededor y me retendría como a una mariposa. La policía estaba a punto de salir de cacería.

Estaba seguro de que dejarme caer en su garlito no era la mejor idea que había tenido en años, mas, tras dos minutos enteros conteniendo la respiración, consideré que hombre muerto tampoco escapa. Mi destino oscilaba entre ser prisionero de la policía o ser un ancla que se hundía para no subir jamás. Considerándolo bien, dicha opción me permitiría ver la luz por al menos unos días, sin importar que no fuera más que un pequeño y sucio foquito amarillento.

Al acercarse una lancha, laso de pugnar, me sentí incapaz siquiera de moverme. A medida que ésta se hacía más y más grande no podía parar de gimotear, gritar y llorar de modo que, de no poder contenerme, acabaría ahogado por mis propias lágrimas.

El vehículo dio una vuelta a mi alrededor para ir acercándose con mucha lentitud, tratando de inspirarme confianza pero, a su vez, denotarme que no tenía más escapatoria que rendirme ante sus pies. Sentí como unas poderosas muñecas me levantaban por los aires y me arrojaban, con más brutalidad con la que nunca me habría imaginado que un oficial emplearía, contra el asiento del copiloto, provocándome un nuevo mareo. Él, refugiado tras su casco antibalas, me salvó de que me patinara y volviera a caer, sin nunca dejar de conducir con un rumbo fijo: la cárcel del Estado.

THEMMA © [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora