Capítulo 47

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Lo que me había parecido una idea excelente que acababa de salir de un cerebro privilegiada, se convirtió, en pocos segundos, en una de las estrategias más estúpidas que alguien utilizó en su vida

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Lo que me había parecido una idea excelente que acababa de salir de un cerebro privilegiada, se convirtió, en pocos segundos, en una de las estrategias más estúpidas que alguien utilizó en su vida. Con el caño de escape averiado, continuar sería casi imposible. Podríamos haber escapado en las lanchas de nuestros enemigos, mas estas ya se encontraban incineradas en medio del mar. Al menos, si queríamos creernos los Alejandro Magno del Siglo XXI, quemando las naves, deberíamos habernos reservado algunas para el escape.

-Esto no va a aguantar demasiado -me confesó Nemo, como si yo fuera tan inepto como para no detectarlo por mi propia cuenta.

-No hace falta que me trates como un niño -contraataqué-. Conozco a la perfección el aprieto en el que nos encontramos y la estúpida decisión que acabas de tomar por los dos que nos dejará varados en el medio de este inmenso lago.

-Podrías ahorrarte las palabras y ayudarme a escapar lo antes posible. Arroja todo el peso que puedas a las aguas -me ordenó.

Y así me deshice de unos pesados cargamentos de ropa, dos salvavidas extra, nuestras pistolas vacías y hasta un viejo bolso que contenía artículos en desuso y olorosos. Arrojamos también el radio y ambos nos colocamos en el extremo delantero de la lancha, procurando ejercer el mayor contrapeso posible para navegar cuanto más kilómetros pudiéramos.

Durante diez minutos avanzamos a paso de hombre mientras yo rezaba para que el aparato no se descompusiera antes de que llegáramos al misterioso destino al cual Nemo, otra vez al volante, prometió que nos llevaría. El paredón del dique aún se percibía demasiado pequeño desde donde estábamos y una falla en el sistema a aquellas alturas significaría una muerte segura. Nemo no parecía compartir mis preocupaciones; de hecho, llegó incluso a tararear una canción en español que estaba de moda, acompañado de rítmicos repiqueteos sobre el volante.

-¿Podrías apurarte? Este armatoste no aguantará mucho más -proferí justo cuando las chispas comenzaron a consumir poco a poco la parte posterior del vehículo.

-Despreocúpate, ya todo está hecho. Ahora lo determinante será nuestra capacidad de nado y la buena fortuna. No puedo hacer más con esto que conducirlo a esta velocidad -se resignó.

Aún nos separaban más de dos kilómetros del muro cuando comenzaron a sentirse los primeros fallos en el motor, que alertaban que no aguantaríamos mucho más en aquel estado. Yo no cesaba de pasearme de un lado a otro de la cubierta, incapaz de cambiar nada, resignando mi vida a un matón que apretaba a fondo el acelerador. Más ruidos, esta vez de esos a partir de los cuales percibes que se oculta un inmenso problema, me obligaron a permanecer sentado en el asiento del copiloto y rodearme de mis preocupaciones. Recién allí pude percibir cómo Nemo recitaba una plegaria casi ininteligible, cual si temiera que, al escucharlo, perdiera su masculinidad y sus dotes de tipo malo, a la Virgen María y en su sudor se transparentaba su preocupación, que tanto se obstinaba en ocultarme.

THEMMA © [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora