Capítulo 145

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Los otros dos hombres bajaron el volumen de la radio hasta que este quedó casi inaudible, dejando una suave música de fondo y ajustando a más no poder el alcance de sus orejas de rata para no perderse nada del asunto

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Los otros dos hombres bajaron el volumen de la radio hasta que este quedó casi inaudible, dejando una suave música de fondo y ajustando a más no poder el alcance de sus orejas de rata para no perderse nada del asunto. Mis ojos se encontraron con los del conductor, quien ya había comenzado a aprovecharse del espejo retrovisor para escrutar la conversación con la mirada para estudiar mi reacción. Además, dejó de tamborilear la cancioncilla con los dedos sobre el volante. Ambos estaban preparándose para algo gordo.

Las conductas de sus esbirros encolerizaron a Nemo, mas no se atrevió a dirigirles palabra alguna por una razón que yo juzgué misteriosa e incluso apática. Desabrochó su cinturón de seguridad, recibiendo la reprimenda del chofer y evadiéndola, y se colocó de costado en una posición que yo juzgué más incómoda que la anterior, mas en la que él se encontró mucho más a gusto.

—Te haré una pregunta —inició, siempre dispuesto a hacerme partícipe de la conversación—, ¿recuerdas tu rescate en la casa del mocoso Giraud?

—Cómo olvidarlo. Me hizo reafirmar mi idea de que Dios existe.

—No comprendías cómo te habíamos localizado y te encontrabas demasiado enfadado como para que comprendieras todo lo que estaba pasando —se empeñaba en resaltar mi cabezonería.

—Tampoco digamos que tú tienes un buen control de tus emociones —repliqué, rogando que fuera al punto, algo que ya no me extrañaba en este último tiempo.

—El punto es —prosiguió, haciendo caso omiso a mis palabras—, que nunca activaste ningún protocolo de seguridad sino que yo te hice creer eso. Yo mismo había seguido tu rastro desde que te colocaron en aquel enorme saco con la incertidumbre de no saber qué iba a ocurrir y con la voz de Esther taladrándome los sesos y la conciencia por haberte dejado a la merced de la maldad real. Somos vulnerables a nuestras promesas —añadió, mientras volvía a colocarse el cinturón de seguridad al entrar en la ruta—. Conocía los planes de la organización y estaba al tanto de lo que te esperaba; sin embargo, no pude actuar con demasiada premura o llamaría la atención. Mi fuerte interés por ti podría desmoronar de un plumazo la historia que nuestra familia había entretejido para protegerte.

Me rasqué la nariz con brusquedad. Aún no podía quitarme aquella sustancia verdosa que obstruía mis fosas nasales.

—Si su manera de protegerme sería arrastrándome en el mismo bote con ustedes, pues misión cumplida —agregué, con sarna.

—Teníamos planeado refugiarte en la ignorancia. Tus padres habían decidido en secreto abandonar sus puestos y esa sería una ofensa que no le daría mucha gracia al grupo. Sin embargo, en cuanto los primeros rumores comenzaron a correr, me separé un poco de tus padres, aprovechando que apenas estaba dando mis primeros pasos en la organización.

THEMMA © [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora