Capítulo 86

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Una vez acabada la réplica de los monstruosos seres, los acrilozados empresarios (que de valientes sólo tenían una brizna y de bragazas demasiado) le dejaron su lugar al líder de aquella verdadera manada de lobos

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Una vez acabada la réplica de los monstruosos seres, los acrilozados empresarios (que de valientes sólo tenían una brizna y de bragazas demasiado) le dejaron su lugar al líder de aquella verdadera manada de lobos. De hecho, quien se encargaba de dirigirlos, presentaba tanto bozo en su cuerpo que podría ser confundido con facilidad con un animal cimarrón y muy peligroso, con aquella mirada taimada característica del salvajismo reencarnado en un hombre. El mismo, cuyas posturas eran el remedo perfecto de lo que haría uno de estos animales en su lugar, impartía impasible órdenes a diestro y siniestro, clasificando a sus hombres conforme con los caracteres que predominaban en cada uno, careándose con aquellos que se veían tentados a desertar, a los que recluía en un rincón apartado.

Yo observaba el espectáculo desde lo alto de un palco, rodeado por el resto de los hombres de negocios, los cuales tampoco cabían en sus cabales. Algunos de ellos aprovecharon la menor bicoca para escapar, desviando su mirada de los horrores vivientes abajo de apelotonaban en un ejército, aunque improvisado, eficiente. Otros, veían en aquello la ganga perfecta para fanfarronear con sus amigos y vecinos. Helling permanecía al margen de todos, ascético, procurando ocultar su preocupación detrás de un rostro escéptico. El belitre doctor se vanagloriaba en silencio con el éxito de su empresa.

Doce minutos más tarde, el ejército se dispersó cada uno por su respectivo camino y la fábrica regresó a su bullicio habitual. De las máquinas, eso seguro, ya que ninguno de los que nos hallábamos presentes se disponía a pronunciar palabra alguna, refugiándonos cada uno en nuestro propio apocamiento. Helling fue el primero en romper aquel silencio lleno de ruidos, ordenando la continuidad del proceso, ya que cada segundo perdido se traduciría en millones de dólares. Cientos y cientos de clones creados, bien a imagen y semejanza de sus dueños, o bien conforme a sus lascivos deseos, eran vestidos y luego embalados en cajas de cartón de más de dos metros de altura tras haber sido desconectados, cuya leyenda rezaba «Cuidado. Objeto frágil». Si Clary hubiera presenciado aquel espectáculo no habría tardado en denunciar aquel improvo sistema.

No obstante, mis obligaciones laborales me quitaban el foco de atención del resto de los problemas. Cual diletante, esperaba a que los medios de comunicación hicieran eco de aquella hazaña que tanto misterio recababa. Esperaba con ansias el momento en el que el ardid se cerniera alrededor de su presa y, cual gamo rodeado de predadores, acabara con un resultado sangriento, que diera pruebas de la perversidad de mis compañeros. Sólo a través del aciago incidente podría conocer adónde me encontraba y qué era lo que aquellos tipos esperaban de mí, cuán inficionado se encontraba aquella organización a la que pertenecía y sobre la que todo ignoraba.

Me perturbaba la idea de que sería la sangre de otros la que mancharía el país mientras yo permanecería de brazos cruzados frente al televisor. Comencé a preguntarme también por qué mi familia había decidido infiltrarse en aquella asociación, en donde la marrullería y el despotismo tenían supremacía por sobre la razón. Decidí, por lo pronto, mostrarme misántropo, refrescando el diario online más leído del país, encontrándome con resultados insatisfactorios. ¿A quién motejaría el gobierno en esta ocasión? ¿Serían capaces de hacerle frente al terrorismo de Estado? Y lo más importante... ¿Será esta la peor necedad que cometiera en toda mi vida?

THEMMA © [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora