Capítulo 41

57 22 104
                                    

Mucho tiempo pasó hasta que acabé por reponerme

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Mucho tiempo pasó hasta que acabé por reponerme. Los barrotes con orín se empaparon de una mezcla amarronada y, aún así, el prisionero de la celda número tres siguió sin inmutarse, como si fuera normal que los reos vomitaran a mitad de la noche. Nemo, tan cagaprisas por escaparse de allí (apostaría a que ese pajarito ya estuvo entre rejas antes), debió aceptar mi pedido de esperar unos cinco minutos para lograr recomponerme y prepararme para la acción.

Unos metros más allá, un prisionero había conflictuado con su compañero, quien le había robado la comida (si hubiera sido por mí, se la habría obsequiado). El altercado obligó a dos guardias a concentrarse en ellos, dejándonos tranquilos para efectuar la segunda fase de nuestro plan de escape. A lo lejos, otro hombre plañía y gañía cual lobo y despertó a más de la mitad de sus compañeros. Sin dudas, ya era una noche difícil en la comisaría.

—Empieza ya —me ordenó Nemo sin una pizca de amabilidad.

Y yo no pude hacer más que obedecer.

En primer lugar, me recosté a duras penas sobre mi cama y comencé a simular unas arcadas, para luego ir aumentando poco a poco la intensidad. Después comencé a gritar como un paniático, mientras enmarañaba mi cabello y desarmaba mi crencha en la que tanto me esmeraba por conseguir cada mañana. Nemo caminaba de un lado a otro, sacudiendo la cabeza como quien presencia una mala actuación, frotando sus manos oleaginosas para calmar su ansiedad.

—Sigue así. Pronto vendrán para aquí. Asegúrate de colocarte contra el muro para evitar que el impacto te afecte —me recomendó.

Una vez culminado el primer (y patético) acto, comencé a proferir gritos y amenazas invertidas, como si estuviera poseído, a la vez que perseguía a Nemo en cuatro patas. Este extraño espectáculo fue el que llamó la atención de un joven centinela cuya carabina colgaba de su hombro. Él, al ver la situación: un hombre encimado al otro, rasgándole la tela de su ropa con los dientes y arañándole la cara, decidió hacer algo para ayudar al supuesto reo cuya vida peligraba.

—¡Quédate quieto! —me ordenó, dando una fuerte patada en el suelo para después apuntarme con su arma—. Quieto o disparo.

No obstante, mi farsa no acabó allí. Decidí prolongarla, seguro de que no era dable que les permitieran atacar a sus prisioneros mas, por si acaso, me aseguré de usar al rufián como escudo, no fuera a ser cosa que de aquella carabina saliera disparado una dádiva. El oficial, viendo cómo lo desacataba, me llamó la atención por segunda vez.

—¡Dije quieto!

—¡Me importa tres pedos lo que dijiste mientras este tipo siga encima mío! Abre la maldita cancela y mátalo, antes de que él me mate a mí —le imperó Nemo.

THEMMA © [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora