Capítulo 45

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Bajo la dirección de Nemo, atravesamos las aguas en pocos segundos, mientras el helicóptero policial nos iluminaba el camino

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Bajo la dirección de Nemo, atravesamos las aguas en pocos segundos, mientras el helicóptero policial nos iluminaba el camino. Varios oficiales habían despejado, ignorantes de las martingalas de mi chofer. Comencé a enderezarme de a poco en mi asiento, colocándome el chaleco y haciéndome con una pistola oculta bajo el asiento.

El sonido de un disparo y la posterior oscuridad revelaron los planes de mi acompañante. Los vidrios fragmentados se esparcieron por las aguas y la potente luz que delataba nuestra posición se extinguió de pronto. A la distancia, una caterva de policías observaban la escena, inmensos en una acalorada chirinola que nos proporcionaría unos segundos de ventaja.

—Oficial Freud a oficial Laurence. Conteste —del radio escapaba la voz de un agente bastante molesto—. Hombre, déjese de tonterías. La embarcación es muy lébil como para que ande jugando de ese modo —más silencio de nuestro lado—. ¡Apure, hombre!

Nemo extendió su brazo y, de un fuerte tirón, arrancó el radio de su sitio para arrojarlo, con cable y todo, a las profundidades. Una vez hecho eso, prosiguió su escapada más relajado, a sabiendas de que ningún estulto (es decir, yo) no arruinaría sus planes de escape. Viró hacia la derecha, en un movimiento con el que casi salí disparado, y una fuerte mistral me despeinó y me ocasionó un escalofrío, seguro de que muy pronto pescaría una grave influenza.

El operativo policial ya se había puesto en marcha y varios vehículos acuáticos habían acudido en nuestra búsqueda por agua y otros tantos por aire. No obstante, Nemo nunca cesó en su empeño de continuar con su plan, seguro de que todo resultaría un éxito. Me habría gustado compartir su optimismo, mas yo acotaba la cantidad de desconfianza que todo dúo necesita.

Dos nuevas lanchas, arrojadas desde puntos estratégicos, se acercaron con brusquedad hacia nosotros, dirigidas por las diestras manos de sus conductores, quienes no tardarían demasiado en aherrojarnos. Nemo masculló un par de frases ininteligibles, sin perder su concentración, la cual se reflejaba en la forma en que sus venas amenazaban con escaparse de su piel.

—¿Adónde vamos? —no me pude contener más, tras veinte minutos de hermetismo.

Si hubiera sido otra situación, estaba seguro de que me habría mirado y habría levantado su dedo medio, en una señal obscena; sin embargo, ni se preocupó siquiera en desviar uno de sus ojos hacia mí. La peligrosa cercanía de cuatro lanchas policiales lo obligaba a enfocarse de lleno en su tarea.

—¿Adónde vamos? —insistí, recordando mi infancia, cuando, al leer El Principito con mi madre me enteré de que era paladino que él nunca dejaba preguntas sin contestar.

—Una pregunta más y te arrojo al agua —fue lo único que conseguí obtener a cambio de su boca.

Varios minutos después, los primeros disparos comenzaron a cercarnos. Nemo recitaba una espiche mental y golpeteaba el volante, sin nunca dejar de pisar de lleno el acelerador. Recién cuando la primer bala rozó su cabeza se dio cuenta de que no podría hacer eso solo. Era hora de pedir algo de ayuda.

THEMMA © [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora