Capítulo 37

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— Vete a la mierda, Richard — le grite furiosa — no soy tan patética como alguien que necesita de otro para aprender del sexo, ¡es lo más básico del mundo!

—¡¿Quién te crees que eres para gritarme?! — chilla, pero yo hago caso omiso y me dirijo hacia donde estaba.

Oigo cómo se tambalea y se planta delante de mí.

— ¿Adónde vas? — dice con el rostro a unos centímetros del mío.

— A la puta madre, ¿quieres ir, rarito?

Tensa la mandíbula, pero se aparta. Hijo de puta, estoy enojada tal vez sería mejor decir encabronada con él. Veo de reojo y está de pie detrás mío

— Gracias por ayudarme con el famoso discurso, no hubo ni siquiera oportunidad de leerlo — dice y me detengo.

Claro que el coraje no desapareció mágicamente, pero entiendo el porqué de eso. Se esforzó como loco para poder tenerlo listo y ni siquiera le permite hablar. Ese hombre es un idiota al igual que su hijo.

— ¿Quieres que te lleve a tu casa? — pregunte más calmada.

— Por favor — responde y asiento.

— Solo te advierto que, si me molestas con tu mierda, abriré la puerta del auto y te empujare para que un tráiler te atropelle.

— ¿Alguna vez te han dicho que eres perturbadora? — dice con el ceño fruncido

— Así es, ahora ven conmigo antes de que meta nieve en la boca para que te calles.

Se pone de derecho con dificultad, pero me sigue con algo de distancia, a pesar de todo es mejor que la gente no nos mire tan juntos. Caminamos por las calles que ya están llenas de nieve, ¿debí decirle que no traje el auto y ando a paso? Creo que la pregunta se dispara muy pronto pues viene mirando alrededor buscando algo

— Corrígeme si me equivoco, pero, hemos caminado tres calles y no veo tu auto — dice.

— Tal vez debería decirlo, pero vine al festival a pie porque vivo cerca. En pocas palabras no te quejes y sigue para llegar.

Gruñe molesto, pero sigue el camino sin hablar. Llegamos hasta dónde está mi auto y saco las llaves de mi bolsa, pero me grita alterado.

—¡Ryland! — dice recargado en mi auto —¡tengo hambre!

Y a esto amigos, se le llama efecto de la resaca. Lo miro y está como un niño pequeño recostado en la parte de la cajuela como si le doliera la espalda.

— Buena razón para que te lleve a tu casa. Para que te den de comer porquerías de riquillos.

— No quiero ir a mi casa — dice entre pucheros — no tengo fuerzas para incorporarme a la familia real de nuevo.

— ¿Entonces? — pregunte con las manos en la cintura.

— ¿Me das comida y refugio un rato? — pregunta con tristeza.

— ¿Acaso eres un perro de la calle?

— Gua — dice mirándome.

Encarne una ceja — ¿A eso le llamas ladrido?

— Ya, por favor Ryland, comida necesito comida, por favor — dice con voz aguda

— Vamos, pero sabes que mi casa no es nada comparada con la tuya.

Asiente, acepto que se quede no es la mejor idea para pasar mi sábado, pero sé que si lo mando en bus algo pasaría. Al entrar dejo su saco mojado en el intento de perchero que es un tubo de metal caído.

𝐸𝑙 𝐷𝑖𝑎𝑟𝑖𝑜 𝐷𝑒 𝑈𝑛𝑎 𝑍𝑜𝑟𝑟𝑎Donde viven las historias. Descúbrelo ahora