Capitulo 29

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Pasaron días desde que hablé con el profesor Dumbledore. También había hablado con el profesor Snape, como Dumbledore sugirió.
Draco no sabía nada de esto.

El profesor Snape me dijo que él y Narcissa, la madre de Draco, habían hecho un juramento para mantenerlo a salvo. Snape tampoco habló mucho acerca de eso, sólo me dijo que no me preocupara, y que le sorprendía que Dumbledore me haya contado su plan, aunque aún no entendía nada.

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Draco y yo estábamos en la biblioteca. Él buscaba un libro de maldiciones mientras yo lo esperaba sentada en los escritorios.

—¿No lo encuentras aún?

—No. Tal vez si me ayudaras...

—¿Cómo se llama?— me levanté de la silla.

—No lo sé.

—¿Entonces cómo quieres encontrarlo?

—No lo sé— se recargó de espaldas contra la mesa rendido.

—Tranquilo... Ya encontraremos algo—

—Atenea, llevo semanas buscando la manera y no encuentro nada— dijo con desesperación

—No te desesperes...

—¿Cómo no me voy a desesperar? ¡Mi vida y la de mi familia depende de esto!— susurró molesto y desesperado.

—Está bien, lo entiendo, pero...

—¡No! ¡No lo entiendes! A ti no te dieron esta misión. Tú no sabes lo que significa que tu seguridad y la de tu familia dependa de ti— comenzó a gritar.

—Tienes razón, no lo sé. Pero tú tienes que calmarte.

—¡Carajo! ¿No sabes decir otra cosa? ¡No me has ayudado en nada! ¡No puedes ser más inútil!

—¡¿Te estás escuchando?!— dije enojada.

—¡Escúchame tú a mi! ¡No me digas que me calme si no tienes ni una puta idea de lo que está pasando conmigo!

—¡He hecho más cosas por ayudarte que tú mismo, Draco, así que no me digas que no te he ayudado en nada!— exploté.

—¿Ah si? ¿Y qué has hecho? ¿Ayudarme a buscar un maldito libro? ¡Sólo eres un maldito peso!

Sabía que acababa de hablar sin pensar y que sólo estaba desesperado, pero al decir esas palabras no pude evitar sentirme mal. Sentí como sus palabras me golpeaban. Un nudo se empezó a formar en mi garganta de la tristeza y la impotencia de no poder decir nada. La garganta me ardía, y sabía que si respondía algo iba a explotar de la manera más cruel posible. Así que me contuve. Por suerte en ese momento iba pasando Hannah Abbott.

—¿Todo bien, chicos?— preguntó preocupada.

—Si, Hannah... No te preocupes, de hecho ya me iba— respondí tragándome todos mis sentimientos y mis palabras.

Miré por última vez los ojos de Draco. Estaban preocupados. Sabía lo que había hecho, sus ojos lo decían todo. Pero su orgullo no le permitió disculparse, no era algo nuevo.

Caminé rápidamente con pasos fuertes por los pasillos. Estaba furiosa, y triste. La peor combinación. No sabía si el nudo en la garganta era por la tristeza o por la ira. Pero las lágrimas que limpiaba en mi rostro, sin duda eran de tristeza.
No quería que nadie me viera así, así que en cuanto llegué a las escaleras para bajar a las mazmorras, corrí a toda prisa, hasta llegar a la sala común y de ahí a mi habitación.

Tomé mi almohada. Grité. Lo saqué todo. Pero aún así me sentía mal. Me sentía mal con él y conmigo misma. Estaba molesta con él pero también conmigo. Sus palabras resonaban en el interior de mi cabeza... "no puedes ser más inútil".... "solo eres un maldito peso".

Me acosté en la cama y cuando me calmé, comencé a escribir todo en una libreta con desesperación. Cada cosa que pensaba y cada cosa que sentía la anotaba. De repente, la tinta de mi pluma se acabó. Me paré molesta de la cama a sacar la tinta de mi mochila que estaba en el escritorio, cuando encontré una respuesta.

Sobre el escritorio estaba el diario "El Profeta". Leí el encabezado: "Collar cobra vida de más de diecinueve muggles y un mago". Continué leyendo, hasta que lo entendí. Era el collar de Ópalo del que Dumbledore hablaba.

Tenía que mostrárselo a Draco, pero yo también guardaba orgullo por lo que había sucedido. Así que me quedé pensando en si era buena idea ir a buscarlo.

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