Capitulo 32

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Hérmes y Regulus llevaban una semana enseñándole de magia antigua a Atenea. Hérmes por la teoría, y Regulus por la práctica. Sin embargo, ambos habían acordado no decirle a Atenea los motivos por lo que lo hacían, al menos no completamente.

Convencieron a Atenea diciéndole que todos podían aprenderlo, pero Atticus sospecharía menos de ella. Sin embargo, Atenea no accedió por eso. Atenea accedió porque justo el día que Regulus había hecho su investigación en la sección prohibida ella también había hecho una pequeña investigación debido a su inquietud.

Ella sabía que algo estaba pasando, y que Regulus específicamente le había estado ocultando algo. Estaba segura de ello porque después de aquel sueño tan lúcido, ella entendió que no había sido un sueño, sino que era algo que realmente había sucedido. Y también estaba segura por todo lo que le había estado ocurriendo en los últimos días. Luces en medio de la nada que nadie más veía, voces que le hablaban en un extraño idioma que poco a poco fue entendiendo, sueños lúcidos en donde seguía viendo esas luces y escuchando esas voces. Nada de eso era normal, y ella sabía que Regulus sabía.

Regulus jamás habría reaccionado de manera tan tranquila a algo como escuchar y ver cosas. Se habría preocupado aunque sea un poco. Además, desde ese día, Regulus había estado actuando raro alrededor de ella. No podía sostenerle la mirada tanto tiempo como solía hacerlo.

Así que todo esto fue un gran detonante para que la curiosidad de Atenea no se quedara atrás esperando respuestas, porque no las iba a obtener de esa manera.

Antes de empezar a actuar, Atenea pensó en consultarlo con alguien más. Primero pensó en Elisavet, pero no era buena idea. No porque no confiara en ella, pero sus lazos con Hérmes le hacían pensar que en algún punto ella iba a revelar algo de información, así que la descartó por completo. Pensó también en Draco, pero él era muy impulsivo. Cualquier cosa que sucediera, no importaba lo más mínimo, Draco iba a soltar todo o adelantarse y actuar de alguna otra manera también impulsiva, y no iba a cuestionarlo con Atenea.

Su otra opción era Theodore, pero había un problema. Acababan de darse un tiempo, y aunque aún eran amigos y las cosas no habían terminado mal, tampoco quería involucrarlo demasiado en algo tan grande como lo que estaba sucediendo. Pero de todos, Theodore era la mejor opción. Era muy bueno guardando secretos, y su lealtad hacia Atenea era muy grande, así que nadie se enteraría de nada. No era una persona impulsiva, así que no iba a actuar o a hacer algo sin antes consultarlo con Atenea, a diferencia de Draco. De todos, Theodore era el único que confiaba y respetaba las decisiones de Atenea por completo.

Sin dudar ni un segundo más, Atenea buscó a Theodore hasta encontrarlo. Estaba en la biblioteca, sentado en uno de los escritorios frente a los altos libreros, con al menos unos cinco libros en su escritorio y una luz encendida.

Atenea se acercó discretamente y al estar lo suficientemente cerca ella pensó que Theodore lo iba a notar, pero estaba tan adentrado escribiendo en su libreta que ni siquiera notó que Atenea estaba justo detrás de él.

Atenea lo llamó tocando su hombro, y Theodore volteó rápidamente y desconcertado. Pero en cuanto vio de quien se trataba, sonrió y se levantó de su lugar.

—¡Atenea! ¿Cómo estás?— preguntó Theodore gustoso de verla.

—Theo, no puedo creer que no estés usando tus lentes de lectura. Vas a dañarte los ojos— lo regañó Atenea pero sin dejar el gusto de lado. Theodore sonrió y soltó un suspiro risueño.

—¿Vienes hasta la biblioteca a regañarme?— dijo Theodore riendo y mirando aquellos ojos que lograban distraerlo de cualquier actividad.

—No, sólo no quiero que después estés sufriendo porque tus lentes no son suficientes— sonrió Atenea —En realidad vengo porque necesito hablar con alguien—

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