Capitulo 4

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Después de 30 minutos de viaje en tren, al fin llegaron a Woodsville.
Se bajaron del tren, y mientras caminaban admiraban la hermosa arquitectura de aquel pueblo tan acogedor que estaba cubierto por la nieve.

Comenzaron a caminar por las calles y todos miraban a todos lados apreciando cada color de cada tienda o casa. Pasaban carrozas jaladas por caballos o Thestrals, aunque los que no habían sido testigos de la muerte no tendrían ni idea de eso.

La música navideña y villancicos inundaban el lugar así como el olor a café y a pan dulce. Todos los que caminaban por ahí, tenían un gran espíritu navideño. Todos saludando a todos, niños comprando en los puestos de dulces y galletas y padres cargando montones de juguetes para Navidad.

—¡Es hermoso! ¿Por qué lo mantuviste en secreto tanto tiempo?— preguntó Laurie.

—Porque quería ver si eran merecedores de conocer este hermoso lugar— bromeó Atenea, quien tomaba el brazo de Theodore con felicidad.

—En ese caso, me alegra saber que si soy merecedor de conocer esta joya—

—Claro que lo eres— Atenea sonrió —Entonces, ¿qué quieren hacer?—

—Yo tengo que comprar unas cosas que me pidió mamá y unos libros— dijo Hérmes.

—Está bien, entonces ¿te vemos después?— preguntó Atenea a su hermano y él asintió. En seguida se despidió de su hermana y sus amigos, y comenzó a caminar.

—¡Te la encargo, Theodore! ¡Espero que la cuides bien!— gritó Hérmes mientras caminaba.

—No te preocupes— respondió Theodore riendo —Está a salvo conmigo—

—Yo debo hacer algo que me encargó mi padre— dijo Draco.

—¿Quieres que te acompañe?— preguntó Pansy y Draco asintió.

—Bueno, yo acabo de ver una librería y definitivamente tengo que ir— dijo Elisavet.

—Bien, te acompaño— se unió Laurie.

—¿Quieres ver libros también?— preguntó Elisavet.

—No, en realidad no. Pero no quiero mal terciar con ellos como siempre— dijo Laurie refiriéndose a Theodore y a Atenea. Los cuatro rieron un poco y Laurie añadió —Además, ver libros no me hará daño—

—Bueno, vayan por libros entonces. Theodore y yo daremos un paseo. Si no nos encuentran, no nos busquen— dijo Atenea bromeando.

Los cuatro se despidieron. La pareja se mantuvo parada, de la mano, observando cómo sus amigos se iban.

—Tenemos toda la tarde para nosotros solos— dijo Atenea haciendo a Theodore sonreír —Ven, te llevaré a probar mi café favorito—

Atenea lo jaló de la mano y lo llevó por las blancas calles y algunos callejones en busca de la cafetería que le traía tantos recuerdos, hasta que al fin llegaron.
Era una construcción beige con negro que tenía un enorme y elegante vitral justo debajo de una pequeña carpa negra. Con elegantes letras negras que decían "La Maison Café" que cubrían el aparador.

Al entrar se podía percibir una mezcla de los olores más deliciosos como el café, la canela, la vainilla y el cacao.

Encontraron una mesa justo junto al vitral.
Theodore educadamente, y como de costumbre, acomodó la silla de su pareja esperando a que ella se sentara y luego se sentó él. Tomaron la carta de alimentos, la cual era un pergamino con letras que aparecían y se desvanecían para mostrar otro texto que hacía exactamente lo mismo.

—¿Qué quieres pedir?— preguntó Atenea dejando el menú de lado.

—No lo sé aún. ¿Alguna recomendación?— preguntó Theodore

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