Capitulo 2

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El 16 de agosto, un día antes de mi cumpleaños, ya nos encontrábamos en camino al Reino Unido. Nos despedimos de todos nuestros vecinos y amigos, les prometimos a los LeBlanc que regresaríamos algún día y les agradecimos por su apoyo en los últimos dos, casi tres, años.

Estábamos los cuatro en un cubículo del tren de Londres a Wiltshire. Mi padre leía un libro de filosofía, y mi madre llenaba una revista de Sudokus que le había regalado la señora LeBlanc para que no se aburriera en el camino.
Yo escribía todo lo que sucedía. Frente a mi tenía a Hérmes leyendo un libro muy avanzado de Defensa Contra las Artes Oscuras. Lo miré y me reí.

—Deberías cortarte el pelo y la barba... Pasaste de "hola, tengo 22, quieres ir a una fiesta y besarnos?" a "muy buenas tardes estimados padres de familia, tengo 39, quieren platicar de lo mal que están los jóvenes de hoy?"— bromeé y él se rió.

—Lo siento hermana, pero si voy a ser el nuevo profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras, debo de parecer lo suficientemente maduro, ¿no? No quiero a niñitas de 16 años mandándome notitas a la sala de profesores... aún recuerdo las clases con Lockhart— dijo y ambos nos reímos.

—En ese caso, espero que no te salgan piojos. Y no te preocupes, aunque ahora te veas 15 años más grande de lo que eres, te sigues viendo igual de guapo.

—Wow, gracias...

—Pero nunca más guapo que yo, eso no lo olvides— bromeé.

—Mamá, tu hija es una narcisista— se rió Hérmes.

—Lo dice el rey del narcisismo— bromeó mi madre y todos reímos.

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Después de muchas horas, al fin llegamos a Wiltshire. Pedimos un transportador para nuestra calle, y en segundos llegamos a mi casa.

Pasamos por uno de los lagos, el jardín, las fuentes y llegamos a la puerta. Había olvidado lo grande y majestuosa que era nuestra casa, y definitivamente no es que esté alardeando, porque no fue nuestro dinero el que la construyó, sino nuestros antepasados. Nosotros únicamente tuvimos el gran placer de heredar esta enorme propiedad. Nuestra casa en Quebec era lo suficientemente grande para los cuatro, la mansión de Wiltshire era lo suficientemente grande para diez familias, y eso sin contar el enorme patio y cuartos de servicio.

La fachada tenía columnas de mármol que bajaban hasta el suelo creando una réplica del Partenón, y detrás de eso, ahora si estaba la casa como tal. Estaba el salón principal que estaba lleno de intimidantes esculturas de mármol de antiguos dioses Griegos, como la Atenea y el Hérmes original, Apolo, Zeus, entre muchos otros. Después de pasar todas esas esculturas llegabas a un punto medio en el que podías elegir si subir las escaleras al segundo piso, o ir al comedor o a la cocina a la derecha, y la sala o la biblioteca a la izquierda.
La casa también contaba con amplios salones en donde nuestros antepasados llevaban a cabo sus fiestas para celebrar sus propios cumpleaños, o para celebrar a los dioses. Ahora ya no hacemos eso, sería bastante extraño continuar las fiestas y rituales para los dioses.

En el patio trasero podías encontrar una gran alberca con figuras y pequeñas representaciones de templos griegos, y si caminabas un poco más, arriba de la colina estaba un templo dedicado a los dioses, y a su lado un observatorio lleno de constelaciones e ilustraciones como la del sistema ptolemaico.

Estaba merodeando por la casa, hasta que regresé a la cocina y me llevé una gran y emocionante sorpresa.

—¡Neeley!— grité eufórica.

—¡Atenea Gaunt!— respondió Neeley, nuestra elfina doméstica.

Corrí hacia ella, me agaché y la abracé. Neeley era como mi hermanita pequeña, la cual me había cuidado desde que yo era pequeña.

—Oh, Neeley, te extrañé tanto.

—Neeley también la ha extrañado, Atenea Gaunt. Neeley los ha extrañado a todos.

—¿Qué hiciste en todos estos años?

—Bueno, fueron tiempos muy oscuros, así que Neeley no salió de casa hasta hace unos meses.

—Me imagino.

—Atenea Gaunt, recibió muchas cartas. Supongo que de sus amigos, y unas del señor Malfoy.— anunció Neeley y yo la miré atenta.

—¿Del señor Malfoy? ¿O del joven Malfoy?— pregunté confundida pero al mismo tiempo tratando de ocultar mi emoción.

—Bueno, del joven Malfoy, Draco Malfoy— dijo entregándome las cartas.

—Muchas gracias Neeley— las tomé y las miré. Era verdad, muchas eran de Draco. También habían unas cuantas de Theodore, Daphne, Blaise, Pansy y una color negro de los Weasley. Ya sabía lo que vendría dentro de la carta, así que la omití.

—¿Atenea Gaunt va a leerlas todas?

—No lo sé Neeley, si quiero, pero me pone nerviosa leer algo pésimo.

—Yo opino que debería leerlas.— me miró con sus enormes ojos y yo sonreí.

—Tienes razón, pero las leeré otro día, hoy tenemos muchas cosas que hablar y hacer— sonreí.

En ese momento entró Hérmes a la cocina y saludó a Neeley igual de emotivo que yo. A los minutos, entraron mis padres e hicieron lo mismo.
Cocinamos todos juntos, y después de la cena nos fuimos a dormir, pues estábamos muy cansados.

Mi habitación estaba como la había dejado antes de irme a Hogwarts años atrás. Miré las fotos en las paredes, pasé mis manos por algunos de los libros que estaban en el librero, y aprecié cada espacio de mi habitación que estaba tan limpio y resplandeciente, como si nunca nos hubiéramos ido.

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