La revisión de Prince

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Desde que había comenzado el curso, Harriet nunca había estado tan contenta como aquel fin de semana. Rose y ella pasaron gran parte del Domingo poniendo al día los deberes; aunque no era una tarea precisamente divertida, como volvía a hacer un soleado día de otoño, sacaron sus cosas fuera y se tumbaron a la sombra de una gran haya, junto al borde del lago, en lugar de quedarse trabajando en la Sala Común. Helmer, que como era lógico llevaba al día sus deberes, cogió unos ovillos de lana y encantó sus agujas de tejer, que tintineaban y destellaban suspendidas en el aire delante de él, mientras tejían gorros y bufandas sin parar.

Harriet experimentaba un sentimiento de inmensa satisfacción cuando se acordaba de que estaban tomando medidas para oponer resistencia al profesor Cracknell y al Ministerio. No paraba de recordar la reunión del Sábado: Helmer les contó a los demás que en segundo año habían encontrado la mítica Sala de los Menesteres, y que incluso la habían usado el año pasado para entrenar para la tercera prueba del Torneo de los Tres Magos. Después de explicarles cómo entrar y cómo funciona, todos concordaron en que era el lugar perfecto; no sólo era un lugar secreto donde nunca los encontrarían, siempre y cuando fueran discretos, sino que encima no era necesario conseguir nada más, porque la misma sala proporciona mágicamente lo que sea que necesites. Dadas las condiciones favorables acordaron que podrían comenzar la semana entrante. Esta nueva perspectiva le levantó tanto el ánimo a Harriet que todavía estaba contenta el Lunes por la mañana, pese a la inminente perspectiva de las clases que menos le gustaban.

Ese día, Harriet ni siquiera intentó seguir lo que decía la profesora Binns sobre las guerras de los gigantes; se puso a garabatear, distraída, en su pergamino, fantaseando con las clases particulares de Defensa. A continuación, bajaron cansinamente la escalera de piedra que conducía a las mazmorras de la clase de Pociones. Harriet, Rose y Helmer se sentaron como siempre al fondo de la clase y sacaron pergamino, plumas y sus ejemplares de Mil hierbas y hongos mágicos.

—Como veréis —dijo Prince con voz queda y socarrona—, hoy tenemos un invitado.

Señaló un oscuro rincón de la mazmorra y Harriet vio al profesor Cracknell sentado allí, con las hojas de pergamino cogidas con el sujetapapeles sobre las rodillas. Harriet miró de reojo a Rose y a Helmer arqueando las cejas. Prince y Cracknell, los dos profesores que más odiaba: aunque era difícil decidir cuál prefería que triunfara.

—Hoy vamos a continuar con la solución fortificante. Encontraréis vuestras mezclas como las dejasteis en la última clase; si las preparasteis correctamente deberían haber madurado durante el fin de semana. Las instrucciones —agitó su varita— están en la pizarra. Ya podéis empezar.

El profesor Cracknell pasó la primera media hora de la clase tomando notas en su rincón. Harriet estaba deseando escuchar cómo interrogaba a Prince, pero le interesaba tanto enterarse que estaba volviendo a descuidar su poción.

—¡Sangre de salamandra, Harriet —le avisó Helmer por lo bajo, agarrándole la muñeca para impedir que añadiera un ingrediente equivocado por tercera vez—, no jugo de granada!

—Vale —dijo Harriet, despistada. Luego empezó a verter el contenido de la botella en el caldero y siguió observando el rincón. El profesor Cracknell acababa de levantarse—. ¡Ja! —exclamó en voz baja al ver que el profesor caminaba dando zancadas entre dos hileras de pupitres hacia Prince, que estaba inclinada sobre el caldero de Dana Thomas.

—Bueno, parece que los alumnos están bastante adelantados para el curso que hacen —comentó el profesor Cracknell con brusquedad, dirigiéndose a Prince, que estaba de espaldas—. Aunque no estoy seguro de que sea conveniente enseñarles a preparar una poción como la solución fortificante. Creo que el Ministerio preferiría que fuera eliminada del programa —Prince se enderezó lentamente y se volvió para mirarlo—. Dígame, ¿cuánto tiempo hace que enseña en Hogwarts? —le preguntó con la pluma apoyada en el pergamino.

Harriet EvansDonde viven las historias. Descúbrelo ahora