El león y la serpiente

13 3 1
                                    

Durante las dos semanas siguientes, Harriet tuvo la impresión de que llevaba una especie de talismán dentro del pecho, un secreto íntimo que la ayudaba a soportar las clases del profesor Cracknell, y que incluso le permitía sonreír de manera insulsa cuando lo miraba a los espantosos y saltones ojos.

Harriet y la Orden Junior le oponían resistencia delante de sus propias narices, practicando precisamente lo que más temían él y el Ministerio, y durante sus clases, cuando se suponía que Harriet estaba leyendo el libro de Slinkhard, lo que hacía en realidad era recordar los momentos más satisfactorios de las últimas reuniones de la Orden: Rose había conseguido desarmar a Helmer; Gavriel había realizado a la perfección el embrujo paralizante; después de tres sesiones de duros esfuerzos, Freya y Grace habían hecho una maldición reductora tan potente que habían convertido en polvo la mesa de los chivatoscopios.

Al acercarse el día del primer partido de quidditch de la temporada, Gryffindor contra Slytherin, las reuniones de la Orden Junior quedaron suspendidas porque Angel se empeñó en hacer entrenamientos casi diarios. Dado que hacía mucho tiempo que no se celebraba la Copa de Quidditch, el inminente encuentro había producido grandes expectativas y emoción. Como era lógico, los de Ravenclaw y los de Hufflepuff demostraban un vivo interés por el resultado del partido, pues ellos jugarían contra ambos equipos en el curso de aquel año. Los jefes de las casas de cada uno de los dos equipos enfrentados, pese a que intentaban disimularlo bajo un considerable alarde de espíritu deportivo, estaban ansiosos por ver ganar a los suyos. Harriet comprendió hasta qué punto le importaba al profesor Ross que Gryffindor venciera a Slytherin cuando la semana previa al partido decidió abstenerse de ponerles deberes.

—Creo que ya tenéis suficiente trabajo de momento —dijo con altivez. Nadie dio crédito a lo que acababa de oír hasta que el profesor Ross miró directamente a Harriet y Rose y añadió con gravedad—: Ya me he acostumbrado a ver la Copa de Quidditch en mi despacho, y no tengo ningunas ganas de entregársela a la profesora Prince, así que emplead el tiempo libre para entrenar, ¿entendido?

Prince tampoco disimulaba que defendía los intereses de su equipo. Había reservado tantas veces el campo de quidditch para los entrenamientos de Slytherin que los de Gryffindor tenían dificultades para utilizarlo. También hacía oídos sordos a los continuos informes de los intentos de los de Slytherin de hacer maleficios a los jugadores de Gryffindor en los pasillos del colegio. El día que Alvin Spinnet se presentó en la enfermería con las cejas tan crecidas que le impedían ver y le tapaban la boca, Prince insistió en que debía de haber probado por su cuenta un encantamiento crecepelo y no quiso escuchar a los catorce testigos que aseguraban haber visto cómo la guardiana de Slytherin, Masie Bletchley, le lanzaba un embrujo por la espalda mientras él estaba estudiando en la biblioteca.

Harriet era optimista en cuanto a las posibilidades que Gryffindor tenía de ganar; al fin y al cabo, nunca habían perdido contra el equipo de Rosier. Había que admitir que Rose todavía no había alcanzado el nivel de rendimiento que Wood habría aprobado, pero se estaba esforzando muchísimo para mejorar. Su punto débil era la tendencia a perder la confianza en sí misma después de meter la pata; cuando le marcaban un tanto, se aturullaba mucho y entonces era probable que le marcaran más goles. Por otra parte, Harriet había visto a Rose hacer algunas paradas francamente espectaculares cuando su amiga estaba inspirada; en uno de los entrenamientos más memorables, Rose se había quedado colgada de la escoba, cogida con una sola mano, y le había dado una patada tan fuerte a la quaffle para alejarla del aro de gol que la pelota recorrió todo el terreno de juego y se coló por el aro central del extremo opuesto. El resto del equipo comentó que aquella parada no tenía nada que envidiar a la que había hecho poco antes Barbie Ryan, la guardiana de la selección irlandesa, contra un lanzamiento de la cazadora estrella de Polonia, Ladislava Zamojski. Hasta Freya había dicho que quizá Rose lograra que ella y Grace se sintieran orgullosas de su hermana, y que estaban planteándose muy en serio reconocer que Rose tenía algún parentesco con ellas, lo cual le aseguraron que llevaban cuatro años cuestionándose.

Harriet EvansDonde viven las historias. Descúbrelo ahora