Joaquin Phoenix - Imaginas & One Shots

Otoño - Arthur Fleck

De Joker (2019)

El otoño era, junto al invierno, tu estación favorita del año. Mucha gente te preguntaba porqué. A la mayoría de las personas les agradaba más el calor del verano y los colores primaverales.

Pero a tí no. La verdad es que preferías el frío. Preferías estar abrigada, tomar chocolate caliente, y tener algunos días libres por las fiestas. Además, el otoño tenía algo especial. Y es que hacía dos años, a mediados de otoño, habías conocido a Arthur.

Nunca te habías enamorado de nadie como de él. Nunca te habías enamorado, a decir verdad. La mayoría de los chicos que te gustaban no pasaban de eso, un gusto. Pero hubo algo en Arthur que te cautivó. Su fragilidad y tristeza cubrían un espíritu tierno y romántico bajo esos bellos rasgos que cubrías de besos todos los días.

Él había estado sentado en un banco, con una carta entre sus dedos. Lo habías visto cuando entrabas a la oficina. Y volviste a verlo allí aún cuando saliste dos horas después. Había una ventisca fría, y las hojas naranjas y marrones crujían bajo los pies de los transeúntes.

En el momento que tú saliste, Thomas Wayne salió también, con su gran porte y su saco negro que llegaba hasta sus rodillas. Lo conocías por verlo en la televisión, y sabías que el tipo solía hacer muchos tratos con tus jefes.

Wayne caminó hacia la derecha, hacia donde estaba una limosina que lo esperaba. Tú encaraste para el otro lado, pero no pudiste evitar voltear al ver al hombre que hubo estado sentado en el banco correr hacia él.

— ¡Esperen! — gritaba. Pero la limosina arrancó. Él apuró el paso, pero de repente se cayó al suelo, dándose un fuerte golpe en la pierna izquierda.

No pudiste evitar correr hacia él al ver que no se levantaba. Estaba adolorido, y estiraba la mano con el papel, como si eso sirviera para que llegara a Wayne, su destino.

No lo leíste, solamente lo ayudaste a ponerse de pie y a caminar hacia el banco nuevamente, donde se sentó. Cuando tocaste la tela de su chaqueta, el frío recorrió tus huesos: era muy fina, y a juzgar por la camisa que llevaba debajo, no estaba nada abrigado.

— Gracias. — dijo, en un murmullo.
— No es nada. Oye, ¿No tienes frío? Tienes la nariz roja.
— Un poco, sí.

Lanzó una risita y bajó la mirada hasta su rodilla, la cual se tomaba como si la presión fuera a aliviar el dolor. Fue en un momento que levantó la vista hacia tí que viste sus ojos verdes tan grandes y cargados de emociones que sentiste un escalofrío. Te sonreía, pero luego se quedó viéndote, como no entendiendo qué te pasaba.

— ¿Estás bien? — dijo, despertándote de tu ida y vuelta al mundo de los sueños en la realidad.
— Yo... Si, si, si. Estoy bien, lo lamento. Me quedé pensando.
— Oh... Me... Me pasa todo el tiempo.

Lo cierto es que a tí no te pasaba. No siquiera entendías qué te sucedía, pero te sentías extrañamente atraída hacia ese sujeto. Era muy guapo, pero había algo en su mirada y en su voz suave y profunda que te gustó. Te reíste.

— ¿Te duele mucho? — preguntaste. Y él aún pasaba su mano por su rodilla. — Si quieres, podemos ir al hospital.
— No es nada, ya se me pasará. Solo me quedaré aquí hasta que se pase un poco el dolor, pero estaré bien.
— Te ví antes, ¿sabes? En este banco, esperando.
— Oh.

A él mismo le parecía extraño hablar tanto. No es que no le gustara charlar, sino que nunca tenía la oportunidad de hacerlo, y menos con mujeres. Pero hubo algo dentro de él que lo hacía tomar coraje y hablar sin que su risa patológica tomara fuerza y te asustara.