Confesión - Abbé de Coulmier (parte 2)

428 32 5
                                    

De Quills (2000)

Los días luego del incidente en el confesionario transcurrieron tal y como si no hubiera sucedido nada.

El Abbé nunca te llamó. Sabías que internamente no podía esperar a tenerte a su merced.

Dios... Ese hombre era tan diferente a lo que aparentaba. La pasión con la que comenzaste a verlo fue en aumento.

Él ya no se cuidaba de ciertos hechos como antes, como apretar tus nalgas mientras caminaba a tu lado, o incluso pasar sus dedos por tu cuello si estabas muy cerca.

Pero no fue más allá. Nunca te besó, por ejemplo. Anhelabas su boca. Y tus fantasías por tener sexo con él sólo empeoraron. El haberlo visto masturbarse empeoró todo.

Pero todo cambió. El Marqués de Sade comenzó a joder toda la paz y órden del Asilo de Charenton.

Y el Abbé tuvo que poner más atención en esa situación que en tí y en sus deseos carnales.

Estaba enfadado. Prácticamente no podía pensar en tí. Ni siquiera tenía tiempo de tocarse. No podía darse placer.

Y el tiempo que comenzó a pasar a tu lado lo convirtió en un vicario dulce y gentil, que, te diste cuenta, ya no aparentaba esa excitación permanente por tí.

Sus deseos oscuros parecieron irse. Su pasión pareció desvanecerse ante tus ojos. Y si bien aún te carcomía la vergüenza, querías cogértelo a toda costa.

Pero parecía que él no. Estaba demasiado ocupado.

Una noche entraste a su oficina, sabiendo que estaba en su habitación. En el pequeño recinto habían un par de camisas que solías lavar para él, pero que no perdían su esencia.

Cada vez más separado de tí... Tomaste una y la llevaste a tú nariz para sentir su olor. La suavidad de la tela raspó tu piel.

Te imaginaste lo bien que debía sentirse al llevarla puesta, y pensaste si no fue la camisa que viste desprendida bajo su sotana ese día, cuando se acarició ante tí.

— T/N.

Te diste vuelta rápidamente, saliendo de tú trance. Tus piernas flaquearon un instante. Estabas temblando de deseo, tal y como ese día.

El Abbé estaba de pie ante tí. Despeinado. Demacrado. Con algo de barba. No debía estar durmiendo bien.

Rápidamente dirigiste tu vista a su entrepierna. Era inevitable no pensar en el tamaño que tenía, si había tensado sus pantalones de esa forma.

— Deberías estar en tú habitación... Niña mala.
— ¿Es por eso que nunca me llamaste? Me hubiera gustado confesarme, y obtener la absolución nuevamente, Abbé...

Se acercó a tí luego de trabar la puerta. Y lentamente te llevó con su cuerpo contra la pared, tal y como fantaseabas.

— No he olvidado todo lo que me dijiste. — susurró en tú oído, cosa que te mojó en ese instante.

Llevaste tu mano a la piel descubierta de su clavícula y pecho, y la acariciaste. No tenía nada bajo la sotana. Tal vez ni siquiera llevaba pantalones.

— No sabes cuánto he fantaseado con ésto, T/N.

Acarició tus pechos, y besó el lóbulo de tu oreja. Te deseaba más que nunca.

— Entonces repite esa fantasía. — dijiste en un jadeo.
— Me temo que no puedo.

Dejó salir una risita. Sus ojos bestiales otra vez estaban cubiertos de lujuria. Y su voz había cambiado. 

Joaquin Phoenix - Imaginas & One ShotsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora