El Altar - Abbé de Coulmier

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Por votos ganó éste, pero voy a tratar de escribir los demás lo antes posible para consentir a mis lector@s!

De Quills (2000)

- Pero padre, ¿No es peligroso que vaya a la Iglesia? Digo, los soldados andan por las calles controlando todo. Llevan directo a la guillotina a quien esté fuera de sus casas.

Tenías miedo, pues había una peste muy peligrosa rondando en las calles de toda Europa.

Napoleón había ordenado que todos se quedaran en sus casas, en cuarentena. Ustedes estaban salvados, pues tu padre era un riquísimo comerciante. Pero ¿Y los demás? ¿Y todos quienes no tenían comida?

- El cura es nuevo, hija. Debemos mostrarnos buenos ante él. Llévale ésto, y será indulgente la próxima vez que debamos confesarnos.
- El perdón no debería pagarse así. Con comida. Y todo el mundo habla de ese nuevo sacerdote como si fuera un ángel. A que punto tan bajo hemos llegado, Dios mío...

Subiste a la carreta, y te dirigiste a la Iglesia. Estaba muy alejada del pueblo. Debías tener mucho cuidado con los guardias que daban vueltas.

Iba cargada con quesos, vino, varios kilos de harina, huevos y leche. Suficiente para un mes si sabía conservarse.

Llegaste a la Iglesia, y tocaste la puerta con fuerza.

- ¡Ya voy!
- ¡Está bien!

Apenas se abrieron las puertas, te tragaste las palabras. Te quedaste muda de verlo. Todos hablaban del nuevo cura, le habías dicho a tu padre. Ahora veías porque.

Las mujeres del pueblo decían que era demasiado apuesto para haberse consagrado a Dios. Y era cierto. Era un hombre perfecto.

Pero sabías que todos lo amaban, además, por ser tan amable, generoso y paciente. ¿Porque no habías ido antes a la Iglesia? Tal vez porque no creías tales cosas. No creías que existiera un hombre así.

- ¿Señorita? ¿Está bien?

Su leve tono preocupado te hizo volver. Te habías perdido en sus ojos verdes que parecían penetrar tu alma.

- Yo... ¡Si! No es nada. Me quedé pensando. ¿Cómo está?
- Bien, gracias por preguntar. - se rió. - ¿Qué necesita?
- Venía a traerle unas cosas de parte de mi padre, para que no se quede sin provisiones durante el tiempo que deba estar encerrado.
- Oh, Dios, no debió molestarse.
- No es molestia, padre.

Salió de la Iglesia y te acompañó a la parte trasera de la carreta. Abriste la tela para sacar las pesadas cajas y llevarlas hacia adentro. Pero no pudiste levantar una.

- Espera, yo la llevo.

Levantó dos cajas y las ubicó sobre la que no habías podido levantar. Y cargó las tres hacia la Iglesia. Otra vez te quedaste muda, boquiabierta, viéndolo.

Su túnica se pegaba a su cuerpo a medida que caminaba tan sutilmente. Su trasero se marcaba entre las oscuras telas, mientras daba pasos tan tranquilos como pesados.

Entre los dos llevaron todo el contenido hacia adentro, dejándolo al lado de la puerta.

- Bueno, gracias, señorita...
- T/A. Pero me gusta que me llamen por mi nombre, T/N.
- ¡Qué bello nombre! Yo soy François Simonet de Coulmier, pero prefiero que me llamen Abbé.
- Abbé de Coulmier. No suena mal.

En eso que hablaban, una patrulla de cinco soldados se acercó marchando por el camino por el que habías venido. El Abbé se adelantó unos pasos, llevándote tras de sí con su brazo.

Joaquin Phoenix - Imaginas & One ShotsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora