Reconstrucción - Abbé de Coulmier (parte 1)

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De Quills (2000)

- ¿Qué? - dijiste, con el ceño fruncido.
- Lo que oíste. - dijo tu padre, con una serenidad extraña viniendo de él. - El Abbé de Coulmier se quedará aquí.

Te quedaste boquiabierta, con el desayuno en la mano.

- ¿Porqué?
- No vamos a ser malos cristianos y dejarlo en la calle luego del incendio de la iglesia, T/N.
- ¿Pero porqué?
- ¿Porqué qué?
- ¿Porqué nosotros?
- ¿Porqué no? ¿Te molesta su presencia?

Para nada. La persona que menos podía molestarte era el Abbé de Coulmier.

De hecho, ibas a la Iglesia todos los días, y te confesabas día por medio, sólo por él.

Un hombre tan guapo, tan dócil y tan viril, que a veces te preguntabas que mierda estaba pensando para consagrarse a Dios.

Te gustaba el tiempo que pasabas junto a él. Solías ayudarlo si necesitaba una mano en limpiar la iglesia, o con alguna colecta para los barrios más pobres.

¿Pero que fuera a vivir a tu casa unos días? ¿Y qué tal si esos días se convertían en meses?

Tu padre iba a ayudarlo a reconstruir la Iglesia, como la gran mayoría de los hombres del pueblo, estaba claro. Pero cuánto tiempo se demorarían escapaba de tus ideas.

- No me molesta, padre. Él es mi amigo.
- Bien. Entonces quiero que dispongas la habitación de huéspedes para él, enseguida. Y tal vez hable con él para que sea tu tutor.

No tenían sirvientes en la casa de dos pisos. No eran una familia rica. Tu padre era solo un burgués de clase media que poseía un poco más de dinero. Y eso lo hacía ver más poderoso que los demás.

Y para tú desagrado, a falta de sirvientes, te trataba como una.

Dos horas después tuviste todo listo. Dejaste dos sotanas sobre la cama que tu padre había encargado hacer para el Abbé. Supuestamente el incendió arrasó incluso con eso, su ropa, y sólo venía con lo puesto.

Oíste a tu padre en el piso de abajo, abriendo la puerta de entrada. Y tu corazón se aceleró.

- Abbé de Coulmier, pase, por favor.
- Monsieur T/A.

Te quedaste justo a punto de bajar las escaleras, observando. El joven sacerdote le estrechó la mano con fuerza y emoción.

- No sabe cuánto le agradezco ésto. No puedo expresarlo realmente.
- Mi casa es su casa ahora, padre. Siéntase a gusto.
- Abbé.

Bajaste las escaleras rápidamente, hasta estar a su lado y estrechar su mano con el mismo fervor que el hubo hecho. Y sonreíste.

- Estoy muy feliz de que estés aquí.
- Gracias, T/N. - dijo, devolviendo la sonrisa.
- Bueno, - mencionó tu padre. - No parecías muy feliz antes, hija.

En el incómodo silencio, los dos lo miraron. Tu padre sonrió con malicia. Adoraba molestarte de esa forma.

- Llévalo a su habitación.

Estrechó su mano otra vez, y se retiró cuando el Abbé le dirigió otra sonrisa, ésta vez fingida.

- ¿Qué fue eso? - dijo.
- Ni idea.

Te reíste para romper la tensión. Y funcionó. Él pasó cariñosamente una mano por tu espalda, ruborizándote con su toque.

- Lamento lo que pasó con la Iglesia.
- Gracias. Aunque creo que necesitaba una remodelación.

Se rió otra vez. Su alegría era contagiosa, aunque no fuera algo alegre lo que contaba. Pero era parte de su ser.

Subieron las escaleras, charlando aún. Hasta que abriste la puerta del cuarto.

Joaquin Phoenix - Imaginas & One ShotsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora