Llanto - Cómodo

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Nunca creíste que verías al emperador de Roma llorar.

Nunca creíste que lo verías llorar por tí.

Sus lágrimas caían sobre tu mejilla. Parecía que te quemaba.

Sus dedos se paseaban por tus mejillas.

Te dolía todo. El más mínimo movimiento enviaba corrientes a lo largo de tu cuerpo.

- Cómodo...
- T/N... Por todos los dioses... - dijo Cómodo, sorprendido. - ¡Despertó! Iré a buscar a la enfermera...

Era común que muchos esclavos pelearan en la arena como gladiadores.

Te habían comprado en una subasta de esclavos hacía un año. Un tipo que enviaba a sus esclavos a morir en las arenas.

Casualmente, sabías pelear. Y eso sirvió. No les importaba que quienes pelearan fueran mujeres u hombres.

Si enterrabas tu espada en el cuerpo de otra persona, era suficiente para enloquecer a la plebe.

De a poco te fuiste haciendo conocida en el Imperio Romano.

Y habías llegado a Roma. La gran capital. El gran Coliseo.

Tu lucha, del lado de otros gladiadores contra otros gladiadores, sorprendió al emperador.

Esa misma noche te subieron a un carruaje y te llevaron al palacio del emperador.

No habías podido verlo hasta el momento en que te arrodillaste ante él, sentado en su trono.

Majestuoso, guapo, con la luz de la luna cayendo sobre él, utilizando una armadura que lo hacía ver más grande y poderoso.

Parecía un dios.

- ¿Cómo te llamas?
- T/N.
- T/N. Lo que hiciste en la arena fue de otro mundo.
- Gra... Gracias... Creo.

Sonrió. No sabías cómo actuar ante él. Cómo responder. Cómo moverte.

Se acercó lentamente a ti, y pasó sus dedos por tu cabeza, acariciando tu cabello.

- Eres hermosa. Si por mí fuera, no dejaría que lucharas. Te estás arriesgando mucho. Tu vida.
- Si, lo se.
- Claro. Aún así, aunque soy emperador, no puedo hacer nada. La gente clama que pelees. Tal vez mañana debas hacerlo de nuevo.

Levantaste tu mirada hacia él. Te encontraste con sus ojos.

Inspeccionaste todo su rostro. Cada centímetro de él. Era perfecto como las estatuas que decoraban el palacio y Roma.

- Haré lo que sea por su alteza.
- Si así fuera...

Caminó hacia el trono de nuevo, a paso lento, sosteniendo su espada envainada.

- ¿Te molestaría ser mi gladiadora?
- ¿Cómo?
- Te compraré al dueño del gimnasio de gladiadores. No puedo liberarte, pues las leyes no me lo permiten. Y no quiero más problemas con el senado. Es sólo que... Siento que, eres diferente...

Hubo un largo silencio. Tu mente daba vueltas.

- No se porque me lo preguntas, César. Tienes el poder de hacerlo.
- Bueno, no lo haría sin tu consentimiento.

Su voz era melódica, bella. Sonreíste apenas, extrañada por su comportamiento.

- Entonces mañana mismo estarás viviendo aquí. Quiero que vivas aquí. Te alimentaré, te daré una habitación, y tendrás mi protección. Claro que, a cambio, debes pelear en el Coliseo cada tanto.

Joaquin Phoenix - Imaginas & One ShotsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora