Bondage - Max California (parte 2)

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De 8mm (1999)

Habías despertado con ambas manos esposadas sobre tu cabeza al respaldo de la cama, ambas esposas unidas al mismo caño.

Max estaba desnudo, a tu lado, recostado sobre una mano, riendo por lo que iba a hacer. Lo que te iba a hacer.

- Muy gracioso, Max. Ya suéltame.
- Te dije que me vengaría, y es justo lo que voy a hacer.
- Max, debo ir al trabajo.
- ¿En día domingo?

Carajo.

Hubo silencio. Sonreíste, nerviosa.

- ¿Qué planeas?
- Nada difícil, nena.

Se recostó sobre tí, y comenzó a besarte con total pasión. Estabas ansiosa, pues no podías tocar su cabello azul como siempre hacías cuando te besaba.

En cambio, él pasaba ambas manos por tu cabello y cuello. Y sus besos también se dirigieron allí, a lo largo de tu clavícula, hasta tus hombros.

Con sumo cuidado, se sentó sobre tu abdomen. Su erección ya apuntaba hacia el techo, grande y voluminosa.

Juntó tus senos con sus manos, pasando los pulgares por tus pezones, y ubicó su miembro entre ambos. Comenzó a penetrar tus pechos muy lentamente.

- Mier---

Tu voz se cortó con los jadeos de ambos. La satisfacción en el rostro de Max te excitó aún más. Observaste la punta de su miembro ir y venir entre tus pechos, una gota de pre-semen saliendo de él.

Bajando un poco la cabeza con dificultad, pasaste tu lengua, haciendo que lanzara un fuerte gemido. Aún esposada, podías tomar el control en oportunidades así.

Se corrió en tus senos un rato después, lo cual fue algo nuevo y experimental para ambos. Algo muy sexy.

Sin soltar tus pechos, comenzó a besarlos lentamente, bajando su cabeza por tu abdomen, hasta llegar a tu feminidad, que ya estaba empapada.

Dió una larga lamida a tu centro, haciendo que tu respiración se cortara. Y manteniendo contacto visual, sus verdes ojos resaltando con los pocos rayos de sol que ingresaban por las ventanas, subió tus piernas a sus hombros.

La vista, otra vez, era excitante. Podías ver como utilizaba su boca en tí, devorándote por completo como si fueras un bocadillo. Podías ver los rastros de semen y saliva que había dejado a lo largo de tu torso. Y lo peor era no poder tocarlo.

Sentías las vibraciones que producían sus jadeos en tus pliegues. Su lengua se aventuraba por todos lados. Y luego utilizó también sus dedos, haciendo que temblaras de placer.

Tomaste el caño del respaldo de la cama, y lo apretaste con fuerza, pues no tenías nada más a tu alcance. Sus labios estaban ahora en tu clítoris, y tres de sus dedos dentro tuyo.

Te corriste en su boca. Y tomó tus fluidos como si estuviera muerto de sed. Limpiándose la boca, mientras te recuperabas del fuerte orgasmo, volvió su cabeza hacia arriba, y comenzó a besarte otra vez en los labios mientras acariciaba la zona alrededor de tu ombligo.

Tomando tu cabeza con ambas manos, te observó detenidamente, tu boca entreabierta en placer mientras su mano se aventuraba por tu abdomen.

Y tomando la venda que habías usado con él en la noche, la puso en tus ojos, tal y como tú habías hecho.

Te soltó de repente, volteándote con cuidado, dejándote boca abajo, para luego darte una fuerte nalgada en el glúteo izquierdo. Luego otra, y otra.

Y luego pasó al lado derecho. A cada una, dejabas salir gemidos de dolor. Te estaba haciendo doler. Y todo lo que veías era oscuridad total.

- Duele... Max---
- Es lo que te mereces por lo que me hiciste anoche.

Repitió lo mismo un par de minutos. Y luego se detuvo. Sabías que estaba observándote con detenimiento.

Sabías que se había dado cuenta que te había causado daño, siendo que él jamás lo hacía. Y se estaba arrepintiendo.

Depositó un beso en la marca roja de su palma en la nalga izquierda. Y luego otro. Y otro.

El dolor de repente fue placentero. Sus húmedos besos recorrían todo tu trasero, apaciguando el ardor.

Sentiste su respiración acercarse a tu oído. Tomó tu oreja entre sus dientes, y la mordió muy dulcemente, llevando escalofríos a lo largo de toda tu espina.

- Perdón, cariño, perdón. Te hice doler.

Limpió tus mejillas, resplandecientes con tus lágrimas. Su voz era tan sensual que ya no te importaba realmente lo que acababa de hacerte.

Masajeó toda tu espalda con las yemas de sus dedos. Era tierno contigo. Estaba arrepentido de haber sido rudo, a pesar de que a ti te había gustado que lo fuera.

Con su miembro erecto de nuevo, lo introdujo en tu vagina por detrás, haciéndote lanzar un gemido al sentir la piel de su pelvis chocar contra el ardor de tus nalgas. Nunca practicaría sexo anal contigo, pues a ninguno le gustaba.

Sentías tu trasero golpear contra su incipiente barriga, rápidamente. Tu hirviente piel chocaba contra la suya con fuerza, provocando sonidos muy eróticos en toda la habitación.

Dobló su cuerpo de forma tal que pegó su pecho a tu espalda. Sentías sus vellos pegados con su propio sudor a lo largo de toda tu columna mientras seguía sus estocadas.

De repente, sentiste como tus senos, que estaban pegados a la sábana, pasaban a sus manos. Los apretó fuertemente. No podías ver la posición en la que estabas, pero sabías que era muy sensual.

Sin correrse aún, se salió de tí y soltó tus esposas. Sentiste la liberación de tus muñecas como la oportunidad de tocarlo.

Te volteó de nuevo, quitándote la venda de los ojos. Estabas totalmente libre. Y podías verlo y tocarlo.

Sentiste su duro miembro aún palpitando, frotándose en tu clítoris muy lentamente.

- No puedo ser duro contigo. - dijo, besándote. - Prefiero lo tradicional, T/N...

Se introdujo en tí de nuevo, abrazándose a tí, pero no se movió. Estaban frente a frente, sus frentes pegadas.

Sonreíste al ver lo tierno que Max era contigo. No había caso, esas nalgadas eran lo primero y único que Max haría con rudeza en su vida.

Su boca se entreabría cada vez que estaba dentro de tí. Parecía como si siempre fuese la primera vez que lo hacían, siempre.

Acariciaste ambos lados de su rostro con tus dedos, envolviendo su trasero con tus piernas para gozar de cada pulgada de él.

Y comenzó a moverse, una y otra vez, durante largos minutos en los que los gemidos llenaban el lugar, hasta que se corrieron juntos mientras ahogabas tus gritos de placer en su cuello.

Max tenía razón. Era divertido intentar algo nuevo. Era placentero que fuera rudo contigo. Pero aún así, no se lo dijiste.

Si él estaba cómodo con lo tradicional, con el sexo tranquilo y amoroso, preferías eso a cualquier cosa.

Lo mismo, guardarías las esposas, las pinzas y la venda en una caja, sólo por si acaso.

Joaquin Phoenix - Imaginas & One ShotsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora