La Plaga - Cómodo

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Volvió la perra caprichosa que es Cómodo a entrometerse en mí inocente cabecita...
De Gladiator (2000)

- César, - dijo el senador Gayo. - La Plaga en el barrio griego es muy peligrosa. Debe cancelar los juegos.

Cómodo estaba sentado en su trono en su habitual postura: las piernas abiertas, los brazos en los apoyabrazos, su cabeza ladeada, su espada envainada a un lado.

Dejó salir un suspiro de enojo. Y miró a todos y cada uno de los presentes, ya fueran senadores, tribunos o sirvientes.

Sus ojos se posaron en tí de repente, como tantas otras veces había pasado. Y le sonreíste, haciendo que él sonriera medio a escondidas, cuidando de que nadie lo viera.

Aunque era imposible. Todos lo observaban desde allí. Desvió su mirada hacia el senador, haciendo que tú te enderezaras con la bandeja en la mano.

- Cancelen los juegos. Quiero que todos se queden en sus casas, por lo menos durante una o dos semanas. Si la plaga se transmite por el contacto, entonces tal vez así pueda frenarse un poco.
- ¿Y qué hacemos con los enfermos?
- Tan sólo déjenles tiendas de campaña, de las que usamos en la guerra, y que salgan de la ciudad. Pueden ir al bosque o más lejos aún. Debo cuidar a la gente de Roma.

Hubo un murmullo, cabezas asintiendo. Al parecer, y por primera vez en su reinado, los senadores estaban de acuerdo con el emperador.

- ¿Cuántos enfermos hay?
- Deben ser unos mil o tal vez más.
- Que los dioses los amparen. - dijo Cómodo, poniéndose de pie.

Hizo una reverencia a todos, y te dedicó una última mirada que notaste a la perfección. Una pequeña reverencia con la cabeza hacia ti, y se retiró del foro.

Todos los sirvientes del palacio fueron llamados esa noche frente a la presencia del emperador. Eran unos treinta sirvientes en total.

Estaba en su escritorio, dictando los edictos para el día siguiente. Tenía a dos pretorianos custiodiándole.

Cuando todos estuvieron de pie frente a él, dejó la pluma sobre el papel y también se paró.

Volteó y miró a los dos pretorianos.

- Esto va también para ustedes.

Los dos hombres se miraron extrañados. Ustedes también.

- Alcen la mano quienes tengan casa, familia o ambas fuera de éste palacio.

Las manos se levantaron. El noventa y cinco por ciento de la sala, incluídos los pretorianos, alzaron las manos.

- Tienen mí permiso de retirarse hasta que promuelgue un nuevo edicto. Son tiempos muy difíciles y peligrosos, y deben estar con sus familias, en sus hogares.

Hubo total silencio.

¿Qué le había pasado al irrascible y descorazonado emperador de siempre?

- Mañana encontraran el edicto en cada calle de la ciudad. Hasta entonces, cuídense todos, por favor. Quiero que se queden aquí solo los que no alzaron las manos.

Todos se retiraron excepto seis de ustedes. Tú incluída. Se quedaron los seis dispersos por el salón, hasta que  se formaron en línea como soldados.

Joaquin Phoenix - Imaginas & One ShotsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora