Joaquin Phoenix - Imaginas & One Shots

Laughing - Arthur Fleck

Pedido por bergeradaiana
De Joker (2019)

Arthur te atrajo hacia sí. Bah. No era Arthur. ¿Joker? ¿Así te había dicho que le llamaras? Si. Joker.

Lo mirabas prácticamente de reojo, observando su traje rojo, su rostro pintado de blanco, con un patrón similar al que utilizaba cuando se maquillaba de Carnaval, y su cabello verde.

No sabías porqué, pero el hecho de que estuviera así vestido, y te hubiera salvado la vida, sumado a que esa personalidad que presentaba vestido de esa manera era totalmente diferente a la de Arthur, te subió la temperatura en menos de cinco minutos.

Joker te observó, viéndolo. Pasó el cigarrillo a su mano izquierda, y extendió la derecha para tocar tu rostro. Limpió apenas la sangre de tu labio.

— ¿Estás bien, T/N? — dijo, pasando sus largos dedos por tu cada vez más hirviente mejilla.
— Solo quiero llegar a casa. — dijiste, mirando hacia el frente.

Las farolas de los túneles del subterráneo iluminaban breves espacios de vía. Habían algunas quemadas. Iban prácticamente solos en el vagón.

Joker se tomó con ambas manos del caño para sostenerse mejor. Sentiste que no podías estar sin su suave toque en tu piel, por lo que extendiste tu mano para entrelazar sus dedos con los tuyos.

El te observó nuevamente, sonriendo, lanzando el humo del cigarrillo, y tomando tu mano, la llevó a su rostro. Dejó varios besos en los nudillos.

Tenías un poco de pintura roja de su sonrisa en la mano. No te importaba. Tocaste su cabello verde, y bajaste tus dedos por su hombro y brazo, masajeándolo.

Joker sintió escalosfrios. Bajo toda esa pintura y el traje, Arthur seguía allí. Y seguía siendo el mismo hombre que conociste el año anterior, que urgía amor y gentileza.

De repente, en la radio del tren se escuchó un riff de guitarra que ambos conocían muy bien: era el tema con el que habías conocido a Arthur.

Estabas en el Hospital Estatal de Gótica, esperando tu turno para ingresar al neurólogo.

Te habían hecho varios análisis, pues habías tenido un grave accidente en el que no solo perdiste a tus padres y a tu hermana, sino tras el cual habías comenzado a reir sin razón.

Cada vez que te sentías mal, nerviosa, asustada o tenías ganas de llorar, una carcajada brotaba de tu garganta.

El no entender porqué te hacía reir aún más. La gente te miraba como bicho raro: ¿Porqué te les reías en la cara? ¿Qué carajo te pasaba?

Aún lidiando con la muerte de tu familia, tuviste que ir al médico. Estabas sola, prácticamente saliendo de la escuela secundaria, recién cumpliendo los dieciocho, y tus tíos, la única familia restante y odiosa, estaban en Nueva York.

Aún así, tenías que ponerle garras a la situación, y seguir con tu vida, aún si habían muchísimos problemas de por medio.

Te habían hecho cinco estudios. El Doctor Gurney tenía muchos pacientes todos los días, pero ese día, en la sala de espera, estaban sólo tú y otro hombre.

Extrañamente no podías dejar de verlo: era muy delgado, de rostro guapo que brillaba con luz propia gracias a unos enormes ojos verdes, y sobre el cual caían mechones de su largo cabello marrón.

Debía tener unos quince años más que tu. Pero te había atraído más que cualquier compañero de tu colegio, desde que entraste a la sala de espera y lo viste allí sentado.