Eliseo

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Le vimos subir el camino de la colina que llevaba a la ciudad con gran esfuerzo; no era nada más que un viejito calvo y encorvado: Quizá por eso mismo, ese ridículo aspecto suyo hizo que mi hermano mayor y sus amigos, sentados junto a un muro de piedra, comenzasen a burlarse de él.

— ¡Sube, calvo! ¡Sube, calvo! —gritó mi hermano, y sus amigos hicieron coro de tales exclamaciones.

Él se volvió hacia nosotros; sus ojos pequeños y sin brillo expresaban el más profundo de los odios, musitando entonces una serie de palabras dichas en un idioma que no pudimos comprender.

En un principio, erróneamente, le tome por un loco. Pero antes de que mi hermano y sus amigos pudiesen retomar sus burlas de la nada salieron dos enormes osos negros, los cuales persiguieron y mataron tanto a mi hermano y mis amigos: Inútil fue intentar escapar; a dónde íbamos, los osos se nos aparecían, terriblemente feroces.

Mi hermano todavía seguía vivo cuando los osos le arrancaron ambos brazos y comenzaron a comerle la cara...Todavía tenía aliento para hablar, para rogarme con lágrimas en sus ojos que huyese, huyese lo más lejos que pudiese.

Y hui, pero los osos me dieron alcance. Y mientras comenzaban a despedazarme las entrañas, yo pude ver al anciano calvo en el camino: No se había movido del último lugar en donde lo habíamos visto.

Mientras los osos me devoraban, yo le vi sonreír, presenciando toda la escena sin pestañear, como si mi sufrimiento le causase un gran deleite. Quizá habría observado con aquel mismo placer la muerte de mi hermano y sus amigos.

Supe, demasiado tarde ya, que ese era sin duda alguna, un hombre que venía de parte de Dios.

Con esos hombres no se juega nunca...

Con esos hombres no se juega nunca

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