Autoestop

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(Cuento escrito en el año 2013)

Y allí estaba él, Casey Hendricks, con su equipaje y ningún centavo en el bolsillo, parado en medio de ninguna parte: La casa del amigo que se había ofrecido a hospedarle aún estaba demasiado lejos como para siquiera pensar en llegar allí a pie, de manera que no le quedó más opción que estirar el brazo y alzar el pulgar para pedirle un aventón a los automóviles que transitaban por la carretera esa tarde.

Horas después, y con las estrellas brillando sobre su cabeza, el joven ya estaba plenamente convencido de que la suya era una causa perdida. Sin embargo, antes de que muriese la última de sus esperanzas, alcanzó vislumbrar un automóvil azul transitando por las cercanías: No bien Casey alzó su pulgar izquierdo, aquel vehículo se detuvo y una de sus puertas se abrió, ingresando inmediatamente el joven autopista al interior de dicho vehículo, dándole efusivamente las gracias al conductor.

En cuando el coche empezó su carrera en medio de la noche, Casey se percató del extravagante atuendo de la persona que iba manejando, consistente una larga bufanda bicolor que cubría la mitad del rostro, así como también lentes oscuros y una anticuada gorra de cuero, la cual ocultaba una buena parte de su cabeza.

No deseando ofender a quien le había prestado su ayuda, el joven autoestopista no hizo comentario alguno al respecto, aunque de todas maneras se sintió ligeramente incomodado por semejantes rarezas, más aún por el hecho de que aquel hombre no se dignó a decir palabra alguna durante todo el trayecto, a pesar de los numerosos intentos del joven para entablar una pequeña conversación amistosa con él...Nada, ni siquiera un sonido brotó de los labios de aquel misterioso personaje.

Al poco rato, Casey creyó percibir un nauseabundo olor en el interior del automóvil, impresión que sin embargo no tardó en esfumarse al cabo de unos brevísimos instantes.

"Debo estar imaginándome cosas..." pensó entonces el joven, sintiéndose repentinamente invadido por una extraña somnolencia, la misma que empezó a tornarse más intensa conforme pasaban los minutos, hasta finalmente quedarse profundamente dormido entre cabeceada y cabeceada.

***

En cuanto Casey despertó por fin, se dio cuenta de que la velocidad del vehículo en el que viajaba iba disminuyendo lentamente, hasta finalmente detenerse del todo.

— ¡Vaya! Espero no haberme dormido mucho tiempo...—comentó un tanto despreocupadamente el joven, al tiempo que se desperezaba—. ¿Llegamos ya a la ciudad?

Para su total desconcierto, Casey descubrió al momento de asomar su rostro por una ventana que el coche había arribado a un paraje desértico, en donde no podía divisarse rastro alguno de presencia humana.

—Pero... ¿Qué es este lugar? — inquirió entonces el joven, permaneciendo el conductor del automóvil completamente mudo ante tales cuestionamientos, limitándose solamente a voltear el rostro en dirección a su cada vez más atemorizado copiloto.

—Oiga...—balbuceó Casey, tratando de hacer pasar su creciente miedo por indignación—.Yo no sé qué pretende usted, pero yo me bajo aquí mismo...

Sin embargo, no bien el joven autoestopista se dispuso salir del vehículo, fue inmediatamente detenido por el conductor del automóvil, quien le retuvo con fuerza del brazo izquierdo.

— ¿Qué está haciendo? ¡Suélteme!

En su intento por liberarse, Casey terminó asestándole un golpe al rostro del conductor, despojándole de las gafas oscuras que traía puestas: Así fue como quedaron al descubierto dos espeluznantes cuencas vacías, cuya contemplación lleno de espanto y sobrecogimiento al muchacho.

—Dios mío... ¿Pero qué...?

El joven autoestopista no alcanzó a completar aquella última interrogante, al ser en seguida apresado de la garganta por aquel grotesco personaje sin ojos, quien quitándose su bufanda bicolor, dejó a la vista una espantosa cicatriz purulenta de la cual a su vez emergió una repugnante entidad parásita semejante a una enorme sanguijuela cubierta de pequeñas excrecencias hinchadas de sangre y pus.

"Ese olor..." pensó el infortunado Casey, al recordar aquel nauseabundo aroma que había percibido dentro del automóvil, el mismo que ahora era emitido por aquel ser de pesadilla que se enroscaba grotescamente sobre sus hombros.

Para el joven autoestopista, lo peor de toda aquella infernal situación era que sus brazos y piernas no ejercían respuesta alguna a su deseo por escapar de semejante horror, habiéndose quedado repentinamente paralizados por un debilitamiento similar al que había experimentado unas pocas horas atrás, poco antes de quedarse profundamente dormido dentro del automóvil.

Dicha reacción parecía ser efecto de la repulsiva fetidez emitida por la sanguijuela gigante, que al instante le asestó un brutal mordisco a la nuca del muchacho, abriendo de esa manera una herida lo suficientemente grande como para permitirle el ingreso al cuerpo de su aterrada víctima.

En vano Casey quiso pegar entonces el más desgarrador de los alaridos, puesto que también su lengua y cuerdas vocales habían quedado completamente inutilizadas, siendo apenas un par de amargas lágrimas la única manera en la que este desafortunado muchacho pudo expresar la insufrible desesperación que le embargaba.

Una vez todo aquel abominable proceso se hubo consumado, el cuerpo del conductor del automóvil no tardó en desplomarse, siendo sus restos echados fuera del coche por el propio Casey, quien movilizándose de manera similar a un autómata dejó aquel cadáver abandonado a su suerte en medio de aquel alejado territorio en donde nadie podría encontrarle, al menos no durante un muy buen tiempo.

Luego de cubrir la horripilante herida en su nuca con la misma bufanda usada por su predecesor, el joven (ahora controlado por aquella entidad parásita de origen desconocido) hizo arrancar el automóvil, llevándole de vuelta a la carretera, continuando así un terrorífico ciclo que pronto habría de renovarse nuevamente...

Mini-Historias de TerrorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora