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La última persona sobreviviente de la gran catástrofe que asoló a la humanidad a finales del presente siglo despertó una mañana experimentando una extraña dolencia en el rostro.

Y al mirarse al espejo, descubrió horrorizado que la faltaba buena parte de su cara, habiendo sido sus labios y nariz espantosamente mordisqueados hasta quedar en carne viva.

Inmediatamente después, este desesperado sobrevivientes escuchó un leve gruñido a sus espaldas, descubriendo así al mismo perro que había conseguido rescatar de los escombros varios meses atrás, el mismo que había sido su compañero leal en aquellos días desesperados, durante los cuales fue atestiguando la lenta extinción de lo poco que quedaba de la raza humana, enseñándole los colmillos, torciéndose su hocico ensangrentado en un gesto feroz.

En menos de un santiamén, aquel perro se abalanzó sobre su amo, asestándole una mordida directo a su tráquea, acabando con su vida casi al instante.

"Asqueroso animal traicionero..." fueron los pensamientos de aquel último hombre al morir.

Una muerte miserable, absurda y ridícula, la cual ponía punto final a toda la historia de nuestra especie, reduciéndose a nada el legado de quienes precedieron a tan infortunado personaje.

Al final la raza humana fue vencida por un hambre primordial, capaz de someter incluso a la más noble de las lealtades de forma irredimible, manifestándose triunfante como la única verdad de la existencia.

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