Terrible era el frío reinante dentro de la casa del titiritero.
Allá fuera, el invierno hacía soplar una fuerte ventisca semejante a los gritos de una bruja, cubriéndose las casas aledañas de un manto níveo, el cual bien habría podido parecerles hermoso a los habitantes de aquel pueblo de no ser por la certeza de que toda esa blancura bien podría convertir sus hogares de un momento a otro en sepulturas.
Un fuego débil agonizaba dentro del hornillo del cual disponía el viejo titiritero para calentarse, angustioso espectáculo que iba llenando el corazón del anciano con una honda desesperación conforme pasaban los minutos.
Si el fuego se extinguía, él no lograría sobrevivir esa noche terrible.
Por tal motivo, no había más opción que la de sacrificar a sus preciosas marionetas, aquellas que había tallado con tanto cariño hacía varios veranos, y a los que había llegado a querer casi como si fuesen sus propios hijos.
Casi.
Esa era la palabra clave: Porque en una noche de invierno tan cruda como esa, bien rápido pueden olvidarse todo apego por las cosas: ¡Si al fin y al cabo no eran más que un montón de madera! Y la madera que ya no se usa, sólo sirve para una cosa...
—Lo siento, mis muñequitos... —dijo, con plena determinación, mientras tomaba en sus manos a Brighella, la marioneta favorita de los niños del pueblo, listo para destrozarlo en varios pedazos que pudiesen mantener vivo al fuego—. Pero ya no habrá más funciones para ustedes...
—También nosotros lo sentimos —se apresuró en seguida a contestar Brighella, hablando con aquel mismo tono de voz aflautado que solía darle el viejo titiritero en cada uno de sus espectáculos —. Porque el que ya nunca más será parte de la función eres tú.
El viejo titiritero dio un paso atrás, sorprendido por un prodigio semejante.
No se fijó que al momento de retroceder, Pantaleón, otro de los títeres le hacía tropezar, valiéndose de sus propios hilos para enredar los pies del viejo, haciéndole caer de bruces al suelo.
Duero fue el golpe que el titiritero se dio en la cabeza, pero el golpe no bastó para matarle, por desgracia: Todavía estaba vivo, y lo que es peor, consciente, al momento de presenciar cómo sus queridas marionetas se levantaban de la repisa en la que habían sido dispuestos, caminando en dirección hacia él.
Con un solo y rápido movimiento, todos esos muñecos se liberaron de sus hilos, y comenzaron a enredar sus manos y brazos, inmovilizándolo por completo: Colombina tomó entonces unas tijeras y se las extendió a Coviello, que entre risita y risita, fue cortándole uno por uno los dedos al desgraciado anciano, que no pudo sino pegar una serie de gritos desaforados, gritos que quedaron ahogados en medio del clamor de la tempestad.
— ¡Ahí va un dedito, ahí va otro! —reía Coviello, mientras iba cortándole los dedos.
— ¡Ahora, la naricita...!—sugirió la linda Colombina, de precioso rostro colorado, en cuanto Coviello hubo terminado por fin su macabra obra.
— ¡No, no! ¡La Lengüita! ¡Córtale la lengüita! —sugirió de manera juguetona el gracioso Polichinela.
— ¿Y si le sacamos los dientecitos? —Propuso el melancólico Pierrot, entre suspiros—. ¡Sólo habría que buscar las pinzas!
—Mis amigos, mis amigos...—intervino Brighella—. Por muy buena que haya sido esta puesta en escena, ya toca ponerle fin...
— ¿Y qué es lo que propones? —inquirió Scapino con gesto curioso, adorable incluso.
—Propongo... —dijo, de forma resuelta Brighella—. Qué le saquemos el corazón...
—Demonios... ¡Miserables demonios! —alcanzó a maldecirles el pobre titiritero, en su agonía, incapaz de romper aquellos diabólicos hilos que le ataban, al punto de hacerle sangrar las muñecas y tobillos.
— ¡El corazón! ¡Sácale el corazón! —cantaban alegremente las marionetas, formando una ronda alrededor del condenado, mientras Brighella levantaba en alto las tijeras, justo encima del corazón del titiritero.
—Miserables demonios... —farfulló aquel desgraciado, ya no con odio, sino con desconsolada desesperación, justo antes de sentir el filo de las tijeras desgarrándole el pecho.
— ¡El corazón! ¡Sácale el corazón! —cantaban y reían las marionetas, mientras su creador agonizaba espantosamente.
"Lo peor de todo...Es que se burlan de mi muerte usando mi propia voz..." fue el último pensamiento de aquel hombre, reconociendo en aquellos infernales muñecos aquella misma entonación caricaturesca que usaba para divertir a los niños del pueblo.
Así murió, con los ojos abiertos, mientras las grotescas figuras que danzaban a su alrededor iban convirtiéndose en sombras lejanas.
***
Pasada la tempestad, las buenas gentes de aquel poblado salieron de sus casas, aliviadas de haber sobrevivido a la brutal inclemencia que el invierno había tenido para con ellas durante la última noche.
Pero el viejo titiritero no salió de su casa, y a los pobres niños, asustados por la suerte de aquel hombre a quien tanto querían, hubo que ir acostumbrándolos a la idea de que tal vez ya no se le vería más en los días siguientes.
Y en cuanto por fin hubo quienes se aventuraron a adentrarse en su sencillísima morada, un horrible hallazgo tuvo lugar: Del techo de la casa colgaban diferentes partes del cuerpo del titiritero, suspendidos en medio del aire, como marionetas.
Por orden del cura del pueblo, la vieja casa del titiritero fue quemada. Pero de sus marionetas, ningún rastro quedó, aunque no faltaron historias entre los niños que mencionaban haber visto a dichos muñecos merodeando por los alrededores, refugiándose en oscuras arboledas o junto a cristalinos arroyos, esos en los cuales los duendes hacen desaparecer a la gente.
Una anciana tuerta, solía reír cada vez que pasaba cerca del lugar donde alguna vez estuvo erigida la casa del titiritero. Y entre risas, ella también solía decir:
— ¡Yo le dije, yo le advertí! ¡Le dije que no tallara sus títeres con la madera de esos árboles sacados desde lo más profundo del bosque! Le dije que eran los árboles que las hadas habían consagrado a los viejos dioses a quienes ellas sirven... ¡Y se rió de mí! Me dijo: "Vieja loca, ¿En serio crees que las hadas existen?" ¡Pero ahora que las hadas se han vengado, son ellas las que ahora se ríen de él y de su pobre espíritu! ¿Dicen que las hadas no existen, pobresnecios? ¡Las hadas existen, yo les digo! ¡Existen y son terriblemente vengativas...!
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Mini-Historias de Terror
HororPorque no hacen falta muchas palabras para producir el más hondo de los escalofríos... He aquí una colección de breves, brevísimos relatos de terror y misterio...