Orfeo

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A Orfeo le habían advertido que no mirase atrás al momento de regresar de la Tierra de los Muertos si acaso deseaba recuperar a su amada Eurídice, más un poco antes de llegar a su destino, aquel hombre cuya música había logrado conmover al mismísimo Señor del Inframundo no pudo resistir la tentación de volver la mirada en dirección al espectro que caminaba tras él, anhelante ya de volver a ver nuevamente la hermosa faz de aquel ser tan querido: En lugar de ello, descubrió a un repugnante cadáver putrefacto en cuyas cuencas vacías anidaban abundantes larvas, formulándose de sus labios ya casi totalmente desprovistos de carne la siguiente exclamación:

— ¡Orfeo...! ¡Amor mío...!

En seguida el trovador retrocedió, invadido por la repugnancia, y las cuencas de aquel cadáver espantoso brotaron dos solitarias lágrimas de sangre, antes de volver a sumergirse nuevamente en la noche eterna del Hades.

Así fue como Orfeo perdió nuevamente a Eurídice, esta vez de forma definitiva.

Un tiempo después, mientras su cuerpo era despedazado por las furibundas ménades, Orfeo rememoró nuevamente esas cuencas terribles donde anidaban las larvas, lamentándose de no haber abrazado entonces al cadáver de quien fuera en vida la persona más importante para él, aquella cuya sola presencia infundía belleza a todo el universo.

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