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La mujer a quien yo asesiné traía dentro de su bolso un pequeño espejo en el cual nunca pude verme reflejado; en vez de ello, lo que yo veía era su propia imagen en la superficie del cristal, sosteniendo en su mano derecha el mismo cuchillo que usé para acabar con su vida.

No fue sino hasta trece años después cuando comprendí finalmente la verdadera naturaleza de tan enigmático prodigio: Mi víctima tenía una hija, que al crecer llegó a convertirse en el vivo reflejo de su madre, valiéndose de mi propio cuchillo de carnicero para llevar a cabo su venganza.

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