Bad Exorcist

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El exorcista lo sabía bien: Ninguno de esos niños jamás había tenido realmente a un demonio dentro de sí.

Pero de igual manera le resultaba tan divertido oírles chillar y suplicar piedad a gritos en cuanto él les sometía a toda clase de suplicios resignadamente consentidos por sus atribulados padres, a fin de salvar sus pobres almas de las terribles llamas del infierno, de manera que él prefirió guardarse la verdad, hasta que finalmente todo estuvo consumado.

¡Angelitos al Cielo! ¡Pobres niños!

El buen señor exorcista hizo todo lo que pudo, pero los pequeñuelos igual murieron, incapaces de sobrellevar tan duro ritual necesario para librarles del demonio.

— ¡Que el Señor los tenga en su Santa Gloria! —proclamó el exorcista de manera solemne durante el sepelio de sus víctimas, llevándose las manos al rastro, mientras espera que sus sollozos sean lo bastante convincentes para que nadie note el brillo de diabólica satisfacción que ha comenzado a destellar en sus ojos.

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