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  — ¿Te duele mucho, mami?— preguntó el niño a la aparición que tenía frente a sí: Una hermosísima mujer, que le sonreía de forma casi angélica, pese a la espantosa serie de heridas que exhibía a lo largo de su pecho y abdomen.

Eso es lo que el niño había escuchado cuchichear a sus parientes más cercanos con quienes tendría que vivir a partir de ahora: Que su padre había matado a su mamá asestándole una docena de puñaladas,  sin apartarse del cadáver ni siquiera cuando la policía llegó al lugar. 

  — Más de lo que te puedas imaginar, dulzura. El dolor no termina con la muerte, mi pequeño ángel... — respondió aquel fantasma, extendiendo sus pálidas manos hacia el rostro del muchacho, quien experimentó entonces un escalofrío terrible, como si la misma Muerte le hubiese tocado.

  — ¿Estás en el Cielo, mami? — se atrevió a inquirir por fin aquel atemorizado chicuelo, luego de unos breves instantes de duda.

  — ¡Oh!  — rió dulcemente el espectro— . Quisiera saber donde estoy, querido...Mi alma oscila entre dos realidades diferentes, como si una parte siguiese aferrada a las cosas de este mundo, mientras que otra desea partir hacia el más allá...Es un estado tormentoso ciertamente, pero aún no soy capaz de hallar dentro de mí la fuerza necesaria que podría liberarme...

  — ¿Hay algo que pueda hacer por ti, mamá? 

  — Me temo que no, mi pequeño...Me temo que no...Sólo deberás acostumbrarte a mi presencia por tiempo al menos, hasta que pueda dejar por fin esta realidad...

 — ¿Quieres que oré por ti? ¿Eso te ayudaría?

Como única respuesta, la mujer cubierta de sangre simplemente se encogió de hombros, sin dejar de sonreír por ningún momento.

"Ojala dejase de sonreír todo el tiempo..." pensó el niño, sintiendo un pozo en el estómago cada vez que alzaba la vista hacia el espectro de su fallecida madre. 

Ella le daba miedo. Un miedo terrible y sobrecogedor, difícilmente comparable  a cualquier otra sensación que podría experimentarse en este mundo.

Y en efecto, ella no estaba en este mundo, sino que le hablaba desde más allá del plano terrenal de la existencia bajo su condición de alma atormentada.

  — No dejes que mi presencia turbe tu sueño, angelito mío...Sólo échate a dormir, mientras mami ve cómo salir de esta penosa situación...

"Échate a dormir..." fue lo último que su madre le había dicho esa misma noche que la mataron a puñaladas.  Él no la desobedeció entonces, y tampoco lo haría ahora, pero por más que cerraba los ojos, el sueño no venía a él.

  — Qué descanses, mi pequeño... — agregó el fantasma, mientras el muchacho hacía como que dormía. Y una vez más le acarició el rostro, infundiéndole al niño un espantoso escalofrío...

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