La apuesta

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Un asesino serial celebra su asesinato número 100 yendo a un pequeño chalet alejado de la ciudad: Allí, para su absoluto deleite, descubre que no vive nadie más que una mujer y hermosísima, a la cual él ya no puede esperar para comenzar a descuartizar.

Pero antes de poner el cuchillo sobre ella, la mujer se despierta, sin mostrarse asustada en lo absoluto: En vez de ello sonríe cual Bella Durmiente al contemplar a su príncipe azul.

—El famoso descuartizador del que hablan las noticias, me imagino...—le dice al hombre que está a punto de clavarle el cuchillo.

—El mismo, muñeca...—ríe aquel verdugo—. Lamento que hayas despertado de tu sueño, pero no pienso detenerme...

—No me molesta en absoluto que hayas interrumpido mi sueño, ni tampoco soy tan estúpida para pretender pedirle clemencia a alguien como usted...—repuso la mujer, con la mayor tranquilidad del mundo—. En vez de ello, le propongo hagamos una pequeña apuesta.

— ¿Y qué clase de apuesta sería esa? —no pudo evitar preguntar el asesino, intrigado ante el extraño comportamiento de la mujer.

—Yo le propongo—dijo ella—. Que si usted logra sacarme aunque sea una sola gota de sangre con ese ridículo cuchillito suyo, podrá tomar de mí cualquier cosa: Mi piel, mi corazón u ojos, cualquiera de mis órganos. Pero si no lo consigue, y en cambio yo consigo hacerle sangrar, tendré plena libertad para obrar de la misma manera con usted, ¿Le parece?

— ¡Faltaba más! —ríe el asesino, mientras para sus adentros piensa. "Pobre loca."

Acto seguido, el comenzó a acuchillar a la mujer.

La acuchilló en el pecho, en el rostro, en los senos, en los muslos...Sin poder sacarle ni una sola gota de sangre.

Ni una sola gotita siquiera.

—Oh, Dios mío...—exclama el asesino, quien presa del terror comienza a retroceder, mientras la mujer se levanta de la cama, sin mostrarse afectada en lo más mínimo por las puñaladas recibidas.

Dándose cuenta de que se ha metido con la persona equivocada, el asesino intenta huir, pero la puerta del chalet ha quedado completamente cerrada, lo mismo que las ventanas.

No hay manera de escapar.

— ¿Quién eres tú? ¿Qué cosa eres tú? —pregunta el espantado asesino al momento de verse arrinconado, mientras la mujer levanta del suelo el cuchillo que él dejó caer en su intento de huida.

—Recuerde que tiene que cumplir con su parte de la apuesta —Ríe la mujer. Pero no es una risa cruel, sino dulce e inocente, algo que casi le da un aire como de ángel exterminador —. ¡Ahora me toca a mí!

Acto seguido, ella comenzó a apuñalar una y otra vez el asesino, empapándose el camisón de dormir con un aluvión de sangre fresca.

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