Capítulo 12: El peso de la corona imperial

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El Castillo de Hannover se erigía desde el seno de una montaña. Su construcción a base de rocas parecía ser una sola con la propia naturaleza, por lo cual daba una apariencia de ser inexpugnable ante cualquier intento de ataque. Desde la ciudad capital, se podía ver el castillo como una criatura imperecedera clavada en la montaña, vigilandolos día y noche. Tal castillo contaba con cientos de residencias. La más grande, junto al salón del trono, pertenecía al emperador. La más grande luego de esta y mucho más hermosa pertenecía a la emperatriz. Al lado de ella, se ubicaba la residencia del harem, dividida en cientos de pequeñas residencias. Las que eran ocupadas por las consortes pertenecían solo a ellas, sus sirvientes e hijos, mientras que las concubinas debían compartir residencias dependiendo de sus rangos. El emperador podía visitarlos en su propia residencia, pero en el caso de los concubinos de menor rango, era normal que el emperador los mandase a llevar a una habitación especial que solo ocupaba para pasar la noche con ellos.

El emperador actual, Sthephano Sonne, tenía como emperatriz a la tercera princesa del viejo Imperio Taiyou, Meiyoung. Gracias a ese matrimonio, Taiyou se había convertido en un estado vasallo, por lo cual su realeza pudo sobrevivir, conservando su dignidad, tratamiento y fortuna. Para este viejo imperio que Kenshiro se convirtiera en el emperador de Hannover significaba tomar el poder del imperio que los había sometido. Eso lo sabían todos los ministros y miembros de la realeza de Hannover, por ello, el camino para Kenshiro no fue sencillo. Tuvo que demostrar ser el mejor y más fuerte para que a su padre no le quedase más remedio que nombrarlo príncipe heredero. Pero lograr tales proezas también se debía a la protección de su madre y la familia de ella. Sin la protección y el apoyo de Taiyou, Kenshiro no podría haber desarrollado estas habilidades en la guerra, ni hubiera sobrevivido a las intrigas de la corte de Hannover.

En ese instante, la emperatriz Meiyoung estaba frente al espejo. Tenía puesto un traje especial, siempre propio de Taiyou, algo contrario a lo que todas los consortes imperiales hacían, pues ellos adoptan perfectamente el vestido, peinado y accesorios de Hannover en busca de ganarse la simpatía del emperador y la corte del imperio. Pero, Meiyoung sentía que el usar los trajes de su reino natal significaban una pequeña resistencia, quizás tonta, pero que la había mantenido cuerda y fuerte todos estos años. Era la emperatriz del Imperio más grande del Bloque Occidental, pero para ella su corazón seguía perteneciendo a su reino natal, el cual había se convirtió en un estado vasallo del Imperio Hannover. Ella soñaba con el día en que pudiera liberarlo. Tal y como su padre y hermanos, era paciente. Así que esperaría al momento en que pudieran levantarse.

Su dama terminó de ponerle su diadema en el cabello y quedó lista. Salió de su residencia, en el pasillo anexo la esperaba un palanquín. Era la única en usar ese tipo de transporte. Todas las demás se movían en carruajes, pero Meiyoung podía usar el medio de transporte que desease. Subió al palanquín y, una vez dada la autorización, sus esclavos, betas eunucos, levantaron las andas. Su dama se posicionó al lado, para seguirla a pie mientras llevaba la lámpara de aceite que servía para alumbrar el camino. Ser llevada de esa manera le hacía sentirse superior a todos los demás. Y es que, siempre debía de recordarles a los demás miembros del harem que se posicionaban por debajo de ella, que nunca la destruirían, ni le quitarían su lugar.

Crónicas de Amor y Guerra [ABO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora