Capítulo 32: El verdadero alfa de Adrien Leroux

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"Si alguien viera esto, probablemente pensarían que he fallado como asistente real"

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"Si alguien viera esto, probablemente pensarían que he fallado como asistente real". Ante su reino era una situación deshonrosa: Ancel debería de estar arreglándose para la fiesta de la emperatriz que se llevaría a cabo esa noche, pero, en su lugar, estaba cepillando los rizos rojizos de su amigo, a quien consideraba su hermano, Adrien.

—Lo siento. — Soltó Adrien. — No deberías hacer esto...

—Tú siempre lo haces por mí.

—Pero,...

—Y no hablo solo de peinarme. — Replicó al instante. — Cuando he sufrido y llorado, siempre has estado a mi lado.

—Eso no es solo porque eres mi príncipe, sino porque cuidaste de mí desde siempre. — Murmuró.

—Entonces, solo relájate. Y si quieres hablar conmigo, estoy aquí.

Adrien había nacido en una familia de la alta nobleza, la casa de los Leroux había ostentado el título de vizconde desde hace generaciones. Siempre habían apoyado a la casa real de los Dacourt. Su lealtad era algo que los sucesivos reyes de dicha casa habían valorado, pero, sin duda, sus habilidades militares y disciplina también. Los miembros de la familia Leroux siempre pertenecían al ejército o a los órganos de seguridad. Por lo cual, desde pequeños, alfas y omegas eran entrenados en diferentes artes de combate.

Por lo cual, el pequeño Adrien, de una contextura baja y menuda, que lucía como un pequeño muñequito de mejillas sonrojadas era la vergüenza de su padre, de su madre y de sus ancestros. Recibió el mismo entrenamiento que sus hermanos, pero no sentía ninguna afición por las actividades físicas. Si pudiera escoger entre salir a cazar, montar a caballo o a quedarse leyendo, escogería lo último.

Tenía amplias aptitudes académicas, diplomáticas, dominaba varias lenguas y tenía un gran apetito por seguir cultivándose. Sin embargo, si bien las aptitudes académicas no eran despreciadas en su familia, lo que más importaba eran las aptitudes físicas.

Como desde pequeño no dio señales de ser útil a su familia, el vizconde Leroux lo envió al palacio real para que sirviera como compañero de juegos del príncipe Ancel, con la esperanza que una amistad ayudara a su hijo en encontrar un matrimonio que beneficiara a su familia. Conforme fue creciendo continuó recibiendo entrenamiento junto a Ancel y en privado, con sus hermanos y padre. Su físico no le ayudaba a ser resistente, muy diferente a Ancel en ese sentido. Sin embargo, Adrien nunca se sintió despreciado por Ancel. Este valoraba sus habilidades y le ayudaba potenciarlas, dejándole usar la biblioteca real.

En el Palacio Real siempre admiró a Javier, el secretario supremo del rey. Era un diplomático que vivía dedicado a asesorar y acompañar al rey en todo. Le gustaba su vida libre de los compromisos matrimoniales, abocado al estudio y trabajo. Además, conforme fue creciendo su amistad con Ancel, creció su admiración y respeto. Ancel siempre se esforzaba en aprender todo lo que debía y vio como Ancel adoraba a su reino. Entonces, su idea de convertirse en su secretario real creció. Servir a un rey que lo merecía le parecía el mejor de los honores.

Crónicas de Amor y Guerra [ABO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora