Capítulo 57: Galletas de jengibre

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Ancel subió a su caballo luego de la ejecución como un autómata

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Ancel subió a su caballo luego de la ejecución como un autómata. En su mente aún resonaban los chillidos ahogados de los leones caídos. Se sintió intranquilo, ansioso, a la defensiva. Ni siquiera se dio cuenta que habían regresado a la residencia. Kenshiro estaba de pie, a su lado, tendiendo su mano para recibirlo. La herida en el brazo de Ancel le escocía y su cuerpo dolía, pero no era suficiente para inhabilitarlo, pudo cabalgar con normalidad.

Recordó brevemente cuando estaban en Whitehall y fingía debilidad para tener la atención de Kenshiro. En ese entonces, se dejó caer en brazos de Kenshiro, él le sonrió en complicidad, ambos con esos sentimientos dulces llenando su corazón. Pero, todo había cambiado, Ancel no se sentía el mismo chiquillo de aquel entonces. Ahora la responsabilidad que tenía en sus manos era mucho más grande que su propia vida.

—¿Amor? —Llamó Kenshiro, su mano tembló, sintió que no sería tomada.

"Toma mi mano", pidió silencioso Kenshiro.

—Perdón, estaba distraído. —Se disculpó. Estuvo a punto de tomar la mano del alfa, pero entonces recordó la mano de Kenshiro reteniéndolo con fuerza durante la ejecución. Se apoyó en su pierna y bajó por su cuenta del caballo. Hace un día, sentía que podía mostrarse débil ante Kenshiro, pero eso había cambiado. —Estoy pensando en Adrien, así que iré a verlo.

La mano de Kenshiro volvió a su lugar, pero su rostro no expresaba nada más que seriedad. Había notado claramente como Ancel no había podido ver la ejecución de Anton y Martha, a pesar de que los dos habían querido asesinarlos.

"¿Está sensible por todo? o ¿simplemente es su instinto de león? ¿qué clase de secretos tiene el espíritu de león dorado"

—Entiendo. ¿Fue herido? — Respondió sin mayor expresión en su rostro.

Ambos habían pasado por demasiados eventos en unas horas, no habían descansado ni comido adecuadamente. Aun así, estaban uno frente al otro, cargando la responsabilidad de cientos de vidas.

—No físicamente, pero tiene una crisis de pánico.

—Entonces, ¿te quedarás cuidando de él?

—Sí...yo... iré a cuidar de él. Todavía no partiremos para la batalla contra las tribus Daza y las demás ¿correcto?

La mirada de Ancel hacia el emperador no tenía la misma calidez que antes. Kenshiro pudo sentir que el omega estaba a la defensiva. Esperaba que fuera una reacción natural ante presenciar una ejecución.

—No. Tengo que reorganizar el ejército de Hannover primero. — Respondió.

—Está bien. —Se giró hacia el mozo de cuadra y le tendió las riendas de su caballo. —Ethan, iremos a ver a Adrien. —Ordenó.

—Sí, su alteza.
El escolta también había estado presente durante la ejecución. Se mantuvo silencioso, pero atento a su príncipe en todo momento. Esas atenciones no pasaron desapercibidas por Kenshiro.

Crónicas de Amor y Guerra [ABO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora