Capítulo 60: Trampas e intrigas

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El reinado de la emperatriz regente había iniciado ni bien llegó el mensaje de Akimitsu y los edictos imperiales envíados por Kenshiro

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El reinado de la emperatriz regente había iniciado ni bien llegó el mensaje de Akimitsu y los edictos imperiales envíados por Kenshiro. Meiyoung río ampliamente, como no lo había hecho en años: ¡Su enemigo estaba muerto! ¡Su hijo finalmente era el emperador! Todo por lo que había luchado por años finalmente fue concretado. De inmediato, mandó mensajes a Taiyou para pedir refuerzos, aunque ya tenía consigo a su guardia, a los reinos vasallos que se habían aliado a su hijo y a una guarnición de Taiyou.

Sin embargo, la normalmente estoica y elegante emperatriz no podía contenerse. No esperó la ayuda de sus hermanos ni al ejército de Taiyou. Con espada en mano, esa misma madrugada, Meiyoung dirigió a sus seguidores y los de su hijo hacia el palacio del harem. Mientras aún dormían, el consorte Fabrizio, padre omega de Martha y la consorte Angelica, madre de Anton fueron sacados a rastras hasta el patio principal. Se encontraron con la emperatriz vestida con una armadura. Comprendieron todo: El emperador y sus hijos habían fallado.

Los eunucos que protegían a los consortes dentro del harem no movieron ni un dedo por ayudarlos, pues el mensaje había llegado a todos los rincones del mundo: Kenshiro Sonne era el nuevo emperador y todos sabían lo que significaba aquello.

Los sirvientes, concubinos y consortes aliados de Angelica y Fabrizio también fueron arrastrados hasta el patio central. Meiyoung saboreó el momento, movió su espada y cortó el cuello de Angelica, solo lo suficiente para que muriera lentamente desangrada. Fabrizio comenzó a balbucear maldiciones.

—Maldíceme todo lo que desees, querido. Pero ¿no estás feliz? pronto te reunirás con tu inútil hija y con tu marido que apenas te hizo caso.

—Al menos, Stephano confió en mí. —Se atrevió a decir. —Sí, tienes razón, no tengo porqué huir, me reuniré con mi hija, con Angelica y con Stephano y seguramente con Beatrice que lo ha esperado. Pero la muerte nos llega a todos, y cuando mueras no habrá nadie llorándote en vida ni nadie esperándote en el más allá.

La sonrisa en el rostro de Meiyoung tembló, pero luego volvió a ampliarse.

—¡El consorte Fabrizio morirá a azotes! —Ordenó a su guardia.

Los sirvientes hicieron caso al instante. Un poco detrás de Meiyoung, Ryu temblaba. ¿Acaso este podría ser su futuro? Aun así, tuvo que mantenerse al lado de su tía.

La consorte Gyung, madre de Arno, y las otras consortes que se habían aliado a Meiyuong, porque no tenían hijos, agradecieron a los cielos haber escogido el lado correcto.

Los sirvientes dispusieron de un sillón para Meiyoung, la cual observó a detalle como la consorte Angelica continuaba desangrándose, mientras el consorte Fabrizio intentaba contener los quejidos mientras le rompían la espalda a latigazos.

Los otros consortes y concubinos que intentaron oponerse a Meiyoung estaban siendo desnudados para también ser ejecutados. Gyung y las otras consortes ni siquiera se atrevían a respirar para no fastidiar a Meiyoung. Dos de los hermanos de Gyung se habían ido a la guerra acompañando a Arno, ellos le enviaron mensajes de que Arno estaba completamente bien. Desde ese momento, la consorte Gyung, madre de Arno, caminó al lado de Meiyoung, y fue su segunda para ubicar a todos los concubinos que habían parido algún hijo de Stephano, fueran estos cachorros alfa, beta o omega. Al final, solo podía mantener feliz a Meiyoung si no quería que la señalara como enemiga. Se sintió aún más aliviada cuando en el edicto imperial, el emperador Kenshiro nombró a su hermano Arno como su heredero.

Crónicas de Amor y Guerra [ABO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora