Capítulo 16: Quizás el destino se equivoco

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En la pequeña carpa se escuchaba una respiración agitada

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En la pequeña carpa se escuchaba una respiración agitada. Se trataba del príncipe Ancel. Se removía y balbuceaba palabras inconexas, solo un nombre era claro en medio de ello.

"Kenshiro"

Los miedos muchas veces se manifestaban como descargas del inconsciente. Entre la bruma de su sueño observaba a Kenshiro blandiendo una espada, agitándola con fuerza y determinación. Era muy vago sobre a quién le estaba quitando la vida. Pero Ancel se veía a sí mismo nuevamente encadenado de pies y manos, observando aquel ataque. Queriendo gritar pero sin poder hacerlo. Luego, Kenshiro se giraba levemente hacia él, sus pupilas parecían negras, tenía las venitas hinchadas y rojizas, su expresión feroz complementaba perfectamente con su espada manchada de sangre.

Ancel, aun encadenado, dio pasos hacia atrás, queriendo huir o buscar una manera de defenderse, pero simplemente no la encontró. Kenshiro se acercaba a paso lento mientras sacudía su espada de la sangre chorreante de su anterior víctima. Cuando Kenshiro apuntó su espada hacia él, despertó. Era ese tipo de pesadillas que te inmovilizan y por el cual, una vez despiertas sigues tan inmóvil que resulta escalofriante. Su voz también se había apagado, por lo que no emitió ningún ruido a pesar de lo aterrorizado que se encontraba. Permaneció inmovil, con la vista fija en el techo de la carpa. Poco a poco, el joven príncipe comenzó a moverse levemente. No sabía cuánto tiempo había dormido. Se sentía un poco mareado, confundido, como si no recordara en qué momento del día se quedó dormido.

Se encogió, llevando sus piernas hacia su pecho. Totalmente aturdido aún por la pesadilla que había tenido. Era realmente estresante lidiar con la verdad descubierta hace tan solo unas horas. Por un lado, estaban las palabras de Kenshiro, la confirmación de no sentir ningún tipo de piedad por su padre o hermanos; por otro, estaba la explicación de Adrien. Necesitaba saber si lo que especulaba Adrien era verdad. Que para Kenshiro la falta de culpa hacia el asesinato de su padre tenía una razón más profunda que la búsqueda del poder.

"En realidad, ¿conozco a Kenshiro? ", se cuestionó.

Se había sentido apegado, atraído de manera inmediata. Eso podría ser ocasionado porque eran destinados, y justamente el instinto y las feromonas hacían que sintiera una familiaridad que no existía. Después de todo, tan solo tres meses llevaba Kenshiro en Whitehall, y poco más de dos que llevaban tratándose. No podía confiar plenamente en él, no podía cegarse como esos jovencitos que se dejaban embaucar por la fantasía del príncipe imperial. Las feromonas eran engañosas, así que naturalmente cuando Kenshiro lo envolvía en su aroma no sentía ningún peligro.

Ancel siempre había sido un tanto rebelde de las reglas reales, pero desde pequeño había cultivado un amor por su reino. Deseaba protegerlo y enorgullecerlos. Así que, a pesar de ser juguetón y a veces cometer travesuras, intentaba cumplir con todo lo que debía por el bien de su pueblo.

Poco a poco recuperó el control sobre su cuerpo tembloroso. Aunque Kenshiro fuera alguien cruel, no debía mostrarle miedo, tampoco podía ser abiertamente descortés; después de todo, Kenshiro sería el emperador de Hannover, el mayor Imperio de Occidente. De sus decisiones podría depender el futuro de Whitehall. No le tenía miedo a la guerra, pero prefería evitarla de ser posible porque al final solo traían penurias para el pueblo.

Crónicas de Amor y Guerra [ABO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora