¿Verdad o reto? (HP)

Interludio: Enviando los pollos voladores

Alumnos de todas las casas se encontraban apelotonados en la lechucería. 

—¡Ey! ¡Es mi turno!— exclamó alguien entre la multitud. 

—Yo llegué primero. ¡Ahhh! ¡No me pises!— protestó una voz femenina. 

Se oían gritos y quejas en todos los alrededores. Llevaban con aquellas visitas en masa a la lechucería menos de una semana, pero ya se habían hecho famosas por todo Hogwarts. Todos los alumnos, conocieran o no a los receptores, querían formar parte de aquel extraño grupo que enviaba lechuzas a una sala escondida del castillo. Algunos alumnos ya habían enviado bastantes cartas. Otros acababan de empezar aquel día.

De repente, una pelirroja se apareció en medio de todo aquel gentío. 

—¡Alice!— exclamó una Slytherin. Todos los que estaban allí reunidos eran conscientes de que la joven Alice Flitwick había ido a visitar a los Diez Grandes (como los habían nombrado) tan solo para entregar sus cartas. También habían interrogado días antes a las nueve alumnas que habían visitado el lugar. 

—¿Cómo te ha ido?— preguntaron algunas voces tímidas. 

—¡Genial! —exclamó la hija del profesor de encantamientos. 

Contó a sus compañeros la peculiar experiencia que acababa de vivir en la Sala Grande. Les contó cómo era la sala con todo detalle, les habló de la inmensidad de cartas que estaban desperdigadas por el suelo (todas de aquellos alumnos), les dijo que había abrazado a los Diez Grandes y les relató cómo habían reaccionado, describiendo las expresiones de los diez integrantes de la sala. 

Todos escuchaban maravillados. No todos ellos habían tenido la suerte de poder visitarlos y estaban realmente entusiasmados. Se desbordaban de alegría y solamente podían pensar en que quizás, dentro de no demasiado tiempo, ellos podrían seguir los pasos de la joven maga. Es decir, el mismísimo Harry Potter se encontraba en aquella sala. El Elegido. Era muy emocionante. Eso por no hablar del resto de personas que se encontraban allí.

—¡¿Qué está pasando aquí?!— exclamó la profesora McGonagall. 

—Nada, profesora— mintió un Gryffindor.

—Solo enviamos cartas a los Diez Grandes.

Quien fuera que dijo eso, se llevó un gran pisotón en el pie. Se suponía que McGonagall les había prohibido expresamente curiosear en esa sala, o comunicarse con sus habitantes. Era un ejercicio de convivencia entre ellos. La profesora de transformaciones no sabía nada acerca de las paredes de las salas comunes. Cada mañana, aparecía algo escrito en ellas, relacionado con el estado de los Diez Grandes, o sobre los sucesos ocurridos en aquella misteriosa sala. Sin embargo, cuando llegaba la noche, las palabras habían sido borradas. Nadie sabía quién era el responsable de aquella información, peor tampoco se molestaban en indagar demasiado. Era mucho más emocionante poder hablar con aquellos Diez Grandes. 

—¿Diez Grandes? ¿Qué es eso de Diez Grandes?— se extrañó la mujer. 

—¿Diez Grandes? ¿Quién ha dicho nada de Diez Grandes? Ha querido decir Dedos Grandes. Mi primo. Tiene los pulgares enormes. Y se ha ganado ese apodo. Conté que mi primo había visitado al Ministro de Magia y había intentado hacer unas reformas en el departamento de educación mágica. Todos le consideran un auténtico héroe— mintió Seamus Finnigan, salvando el pellejo de todos los alumnos allí reunidos. 

–¿Y por eso tanto escándalo?— reprimió la señora. 

El muchacho de Gryffindor asintió, fingiendo arrepentimiento y culpa. 

—Pues tratad de hablar más bajo. Además, dentro de poco comenzarán vuestras clases. ¡Y no quiero ningún retraso por esta chiquillada!

La gran mayoría de personas asintieron, con algo de miedo. Sin embargo, en cuanto McGonagall se marchó, volvió a existir aquel murmullo constante de la multitud de alumnos. 

—Mi turno— iban pidiendo. 

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Es un capítulo un poco diferente, pero espero que os guste igual. El siguiente capítulo es la segunda parte de las lechuzas.