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Existe un ancestral proverbio chino que cree que todos estamos atados a nuestra mitad por un hilo rojo invisible, que une a aquellos destinados a conocerse, sin importar el tiempo, el lugar, o circunstancias

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Existe un ancestral proverbio chino que cree que todos estamos atados a nuestra mitad por un hilo rojo invisible, que une a aquellos destinados a conocerse, sin importar el tiempo, el lugar, o circunstancias. Que el hilo puede estirarse, o enredarse, pero jamás romperse...

Y antes de conocer a mi mitad, nuestra cuerda tenía demasiados nudos...

[Tres años atrás]

Ser la mayor de tres hermanas no me convierte en la sabia del equipo. Ni tampoco la que resolverá su vida primero. En realidad, mi hermana Irina es menor por tres años, y tiene un buen esposo y una hija. Lo poco que hablamos, es suficiente para saber que encontró amor.

—¿Estás bien, Nina? —inquirió Calum.

Alejé la mirada de Chleo, mi otra hermanita. En unos días cumplirá veinte años y luce bien en un vestido de bodas, bailando con su flamante esposo. Sentí un poco de envidia de su inmediato amor y contento, ya que con casi 24, yo no puedo considerarme feliz.

—Estoy bien —respondí indiferente.

Miré a mi prometido de reojo, cabello rubio casi platino, ojos azules muy claros, y una expresión de enfado en su serio rostro. No voy a negar que Calum Naughton es atractivo. Con treinta y cuatro años, es uno de los miembros más jóvenes en el Parlamento. Su padre falleció el año pasado y él heredó su título para pertenecer a la Cámara de los Lores.

Es lo que padre busca en un yerno. Un igual. Alguien que pueda tener poder para apoyarlo en sus propuestas. Cal es esa persona, y yo soy la estúpida que lo tiene de prometido. No puedo mirarlo y no reconocer cierto aire insolente de padre.

—Nina, por favor —gruñó en mi oído, para que nadie de los invitados notase su enfado—, ¿qué mierdas te pasa?

—Estoy bien, Cal.

No lo estoy. Me pregunto cuánto se enojará si le devuelvo el maldito anillo de compromiso que quema mi dedo. Con Irina casada, y ahora Chleo fuera del radar de padre, yo ya no soy su esclava. Él no puede hacer nada para forzarme a seguir con Calum.

—Necesito un trago.

Me puse en pie, alejándome de la mesa nupcial. Sentí que Calum me seguía, pero no me detuve hasta que un mesero cargando una bandeja con copas de champaña, cruzó frente a mí.

Tomé una, empinándola contra mis labios. El burbujeante líquido dorado jamás tocó mi boca. Calum apareció para arrebatarme la copa de mi mano, con cierta brusquedad que fue desapercibida por el resto.

—¿Qué carajo te he dicho de la bebida? —me regañó serio.

Me encogí de hombros, exasperada.

Poco a poco la tez pálida de Calum fue enrojeciendo, estaba cabreado. Frunció sus rubias cejas, y esos ojos me asesinaron como padre lo haría en un mal día. Que él diese un paso al frente, intimidándome, dejó claro que no importan mis agallas, le tengo miedo.

NO JUEGUES CON EL PERVERSO ABOGADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora