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No importa en qué carajo ayude una medicina al cuerpo

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No importa en qué carajo ayude una medicina al cuerpo. Siempre existirá su efecto secundario que jode las cosas. No pensé en el riesgo, hasta que después de una semana empecé a estar más aletargado. Todo el mundo lo notó, crecieron las dudas que estaba consumiendo algo. Y fue peor cuando empezaba a sangrar por la nariz.

"hot_princess está cerca de tu ubicación ¿deseas concertar?"

—¡Oye!

Alcé la mirada de mi móvil hacia la mujer frente a mí. Estaba desnuda, con un plato de huevos revueltos y tostadas en su mano. Sonreí mientras ella se acercaba, bamboleando sus caderas.

—Conozco ese sonido, será mejor que no estés pensando en invitar a alguien más.

Levanté las manos, ella dejó el plato sobre la mesa y se acercó hasta sentarse en mi regazo. Sus suaves dedos empezaron a acariciar mi pecho, subió lento hacia mi quijada. Sus ojos oscuros jamás se apartaron de los míos.

Por eso dejé el maldito programa de recuperación. ¿Quién demonios quería apartarse del sexo? Definitivamente yo no.

La sexy morena siguió derramando sus besos en mis mejillas, en mis labios, y sus uñas empezaron a surcar mi piel.

—Gracias por el desayuno, kitten —susurré contra sus labios.

Ella sonrió.

—Ni siquiera lo has probado —canturreó divertida.

—No me refería a este.

Su sonrisa emergió de la nada. Me gusta crear lazos de amor momentáneos, como este. Sé que nada dura eternamente, pero dudo que algún día olvide a la guapa morena que se sentó desnuda en mis piernas. No creo olvidar la sensación de su piel contra la palma de mi mano, ni sus sonrisas tiernas. No es real, pero se siente así.

—¿Por qué no me dices tu nombre? —me pidió pesarosa— ¿No quieres ser mi amigo en Facebook?

—No busco amistades, nena.

Ella rodó sus ojos, el momento se rompió. Al menos duró lo suficiente para recordarlo. Tomé una tostada, mientras la morena llevaba sus manos a su cabeza, haciéndose un moño con su cabello.

—Solo buscas con quien follar. Sí ya me sé ese cuento... tú en serio eres un mal príncipe.

Antes que pudiese decirle algo, el fastidioso zumbido de su timbre nos alertó de alguien en su puerta. Ambos nos miramos, con mismas expresiones confusas.

—¿Esperas visitas? —le pregunté curioso.

—No —canturreó vacilante—. ¿Tú no llamaste a nadie? ¿O sí?

—No.

Ella puso sus manos en mis hombros y se impulsó lejos, hacia la entrada de su apartamento. Escuché su puerta y sus murmullos, junto con los de alguien más. Seguí en la mesa de su pequeño comedor en su modesta cocina, hasta que ella apareció de nuevo, usando mi camisa de vestir para cubrir su desnudez.

NO JUEGUES CON EL PERVERSO ABOGADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora