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Decidí darle una oportunidad a Greg y la perversión en su semblante

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Decidí darle una oportunidad a Greg y la perversión en su semblante. Su sucia mente estaba jugando con la mía. No se lo permitiría a nadie, pero él es distinto. Así que cuando me pidió darle mis manos, no lo dudé. Aunque me sorprendió verlo usar el cinturón para atarlas.

Lucía como su cautiva. Mi corazón estaba golpeando con fuerza, sentía los latidos atronadores en mis oídos. Alcé la mirada bajo mis pestañas para ver a Greg. Encontré sus ojos fijos en mí, y una mueca de sonrisa en la comisura de su boca.

—¿Me tienes miedo? —preguntó confianzudo.

Sacudí mi cabeza.

—Qué bueno. Alza tus manos, Nina, vamos.

Él me ayudó a estirar mis brazos sobre mi cabeza, entonces me hizo retroceder una vez, y luego otra. No entendí sus intenciones hasta que levanté la barbilla al techo y noté que Greg quería enganchar mis manos amarradas al tubo de metal de la regadera.

Su idea funcionó. Pronto mi espalda estaba contra la pared de cerámica dentro de la ducha, con mis manos deshabilitadas y mi cuerpo expuesto. Me sentí indefensa frente a un hombre que me observaba como si yo fuese su postre. La expectación que él mencionó, adorar lo desconocido, fue excitante.

—Esto... es... tan raro —jadeé con dificultad, mi pecho elevándose con fuerza.

Greg sacudió su cabeza, colocó sus manos sobre la pared, encerrándome. Entonces se inclinó hacia el frente. Su cuerpo apenas rozaba el mío.

—No es raro, Nina, es necesario. Yo sé algo que nadie sabe de ti, ni siquiera tú. En este momento no estás asustada de lo que pueda ocurrirte. No —susurró sonriente contra mis labios—. Estás deseosa porque te pase algo excitante. Y no pienso negarte ese placer, nena.

Dejó un beso en mi boca y empezó un reguero de caricias por mi piel. Bajó por mi cuello, y se demoró unos instantes en mi clavícula. Eché mi cabeza hacia atrás, contra la pared, al sentir su aliento cerca de mis pezones. Nunca antes habían estado tan sensibles, enviando punzadas de dolor a mi entrepierna.

Greg jugó conmigo, con su nariz acarició la suave piel de mi pecho, su respiración justo sobre mi pezón ansioso. Inhalé hondo, y me mordí los labios conteniendo el aliento. Esperé por su toque, pero jamás llegó. En lugar de eso, Greg sujetó mi barbilla de nuevo. Capturé su enojo en un ceño fruncido.

—¿Qué crees que estás haciendo, Nina?

Lo miré perpleja ante su reclamo molesto.

—No entiendo.

—Estás haciendo lo mismo que hiciste cuando estábamos en la cama —me riñó fastidiado—. Cierras la boca para que no escuche si te hago daño o te doy placer. Imagino que con tus amantes era más lo primero que lo segundo. Pero yo no soy como ellos, y yo sí quiero escucharte. Así que, si quieres gemir, hazlo. Si quieres correrte gritando mi nombre, mucho mejor aún. Pero no me estás dejando solo en esto, porque no es solo mi placer, es nuestro. ¿Entendido?

NO JUEGUES CON EL PERVERSO ABOGADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora