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[GREG]

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[GREG]

Nina no tiene que saber. Nina no tiene que saber. Nina no tiene que saber... mi cabeza solo, repetía la misma frase mientras bajaba por el elevador de la empresa hacia recepción en el primer piso.

Nina. No. Tiene. Que. Saber.

Las puertas metálicas se abrieron en la espaciosa planta, había poca gente moviéndose por la zona. Algunos se iban, otros entraban, varios seguían registrándose en el mostrador con los guardias, y unos cuantos se habían detenido a charlar un rato, pero nada robó mi atención más que la pequeña sala de espera abierta que había en una esquina, muebles cómodos, revistas sobre la mesita central y una sola mujer sentada ahí. Mierda.

Crucé la estancia despacio, incluso mi corazón latía más veloz que mis pasos, lo sentía apretarme la garganta. No tenía idea por qué era yo quién estaba aquí, por qué ella quería hablar conmigo en lugar de su hija, pero Beatrice Wallace hizo su decisión hace minutos atrás, cuando instó a uno de los recepcionistas para comunicarse conmigo. Pensé en ignorar la llamada y dejarla aquí sola, esperando por una charla que yo no deseaba tener con ella.

Pero... sigue siendo la madre de Nina.

—Buenos días, señora Wallace —saludé serio, evitando mostrar mi fastidio.

Beatrice estaba sentada de espaldas a mí, su cabello rubio platino rozaba sus delicados hombros. Era una mujer delgada y cuando se giró hacia mí, poniéndose en pie y dándome la cara, fue imposible no enumerar el parecido con Nina. Aunque había algo, quizás eran los fríos ojos claros de la mujer o la seriedad amarga en su rostro que replanteaban mis dudas. No, ella no tenía nada de mi bella esposa.

—Señor Talbot —murmuró Beatrice, con esa voz diplomática de la realeza, barbilla alzada y mirada altiva—. Supongo que... las presentaciones están demás entre nosotros. Tampoco es un placer conocerle en estas circunstancias, espero entienda eso.

Cabeceé una vez, antes de señalarle los asientos de nuevo. Ella ocupó su antigua plaza y decidí sentarme en el sillón solitario a su par, para mantener mi distancia con la mujer. Más cerca de ella, solo noté las líneas de expresión marcadas en su rostro y cómo luchaba por mantener la calma cuando quizás todo lo que Beatrice deseaba, era gritarme a la cara.

—Entonces... —empecé a murmurar, apenas me acomodé a orillas del asiento, desabotonando mi saco oscuro— ¿A qué debo esta inesperada... visita?

Intenté ser educado, y mantenerme sereno. Si ella quería pretender que no me odiaba, quizás podía devolverle el favor. Pero eso no significa que mi lengua no picaba por reclamarle su abandono hacia Nina. Cómo dejó a una niña a merced del desequilibrado padre. Prefiero no tentar mi suerte aún.

Beatrice esbozó el fantasma de una sonrisa que duró un segundo en su rostro antes de volver a su serio semblante.

—Imagino que intenta ser amable —me respondió con serenidad, pasando una delicada mano por su falda lisa antes de mirarme a los ojos—, porque estoy segura que ambos ya sabemos el motivo de esta reunión, señor Talbot.

NO JUEGUES CON EL PERVERSO ABOGADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora