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[GREG]

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[GREG]

No puedo dormir. Y cuando lo hago, es porque el cansancio me noquea, o las palizas me dejan inconsciente. De cualquier forma, encerrado en la pequeña habitación, atado, solo, escuchando mi respiración jadeante, a oscuras, es la peor forma de mantenerme despierto. Veo fantasmas en la penumbra con sonrisas macabras acercándose cada vez más. Estoy jodido. Lo sé. Cerrar los ojos y sollozar que no existen, no arranca los miedos de mi pecho.

No importó confesarle todo al hombre fantasma, las palizas no acabaron, los castigos no acabaron, y ciertamente sus torturas solo fueron empeorando. Pasó del dolor físico al psicológico, a dañarme la cabeza al punto que el ruido de pasos bajando las escaleras me hacían temblar de miedo.

Tragué seco al escuchar cada paso pesado bajando lento. Mi corazón se paralizó, la respuesta de mi cuerpo fue temblar y esperar lo peor. La puerta se abrió abruptamente, la luz que entró de fuera apenas alumbró la figura masculina frente a mí.

Cada día me arrojaban una cubeta de agua fría, para iniciar otra maldita tortura. Y hoy fue lo mismo, mi ropa sucia jamás llegaba a secarse, la tela estaba empezando a romperse, en especial cuando me halaban de la ropa para ponerme en pie después de cada ronda de golpes que me dejaba en el suelo, medio muerto.

—¡Buenos días! —espetó el hombre fantasma— Lindo día para un paseo, ¿eh?

Me quedé callado. Los segundos hicieron que el silencio fuese terrorífico, la luz se encendió y justo frente a mí tenía al tipo que se enardecía de mi sufrimiento. Me soltó un puñetazo que me giró el rostro.

—¿Me quieres preguntar algo, mascota?

No hice nada, no asentí ni sacudí mi cabeza. Solo lo miré a los ojos, asustado. Hace unos días, mis incesantes preguntas lo habían fastidiado, quería saber ¿por qué carajo me hacía esto? Él solo se limitó a responder "porque eso le complacía." Y siguió golpeándome. Decidí no preguntar nada de nuevo, pero las torturas no acaban.

—Ya estás aprendiendo —me alabó sonriente, pero sus ojos negros solo mostraban maldad—. Me agradas, Greg, no te cuesta mucho captar la rutina... hablando de rutina... chicos.

Las luces se apagaron de nuevo. Por la puerta entraron dos sombras, me asusté mientras ponían el saco en mi cabeza y empezaban a quitarme las cadenas del cuerpo. Me instaron a ponerme en pie, gemí de dolor cuando uno de los malditos presionó mi hombro derecho, justo en la herida de bala que no sana. Ataron mis manos a mi espalda y luego me empujaron para caminar hacia la salida.

—¡Vamos, mascota! —se quejó el tipo, parándose detrás de mí como siempre, me empujó cuando no caminé—. En cuanto más pronto hagamos esto, mejor...

Nadie me ayudaba a caminar, no tenía un guía, el saco sobre mi cabeza me impedía saber hacia dónde iba, o contra qué chocaba. El hombre fantasma me había dejado sin zapatos desde hace una semana, y en cuanto se le ocurrió esta forma de sacarme la mierda del susto, decidió hacerlo a diario.

NO JUEGUES CON EL PERVERSO ABOGADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora