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Greg estaba sobre mí

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Greg estaba sobre mí. Su duro pene seguía embistiéndome con moderación. No estábamos tocándonos como siempre lo hacemos, era un aburrido misionero. Es horrible.

No pude controlar las viejas memorias de verme atrapada en una cama con hombres que apenas conocía y que padre necesitaba mantener de su lado, usándome como moneda de cambio. Todo se volvió demasiado real.

—No. Basta —jadeé, alterada—. Greg. Basta.

Lo empujé con rudeza para que se distanciara de inmediato. Lo poco que vi de su expresión, antes de cubrirme los ojos, fue su total desconcierto. Traté de controlar mi agitada respiración, la ansiedad me tenía temblando.

—¿Nina, estás bien?

—Necesito un minuto, Greg.

Mi voz sonó temblorosa. Me odié por ello. No quería preocuparlo, pero el inicio de mi pánico tenía a mi corazón descontrolado. Cada latido, dolía en mis costillas.

—Nina... —empezó a decirme, oscilando sobre mí de nuevo.

Con mis ojos cerrados y cubiertos por mis manos, solo fui consciente de su peso y su piel rozando la mía. Me erizó la espina y no por las razones correctas.

—¡No! No más. No quiero esto.

Greg se abstuvo de tocarme cuando notó que lo empujaba una vez más. Su expresión preocupada me dolió. Me sentí mal por herirlo. No pude seguir así, me levanté de la cama, pero no llegué muy lejos. Él me retuvo, tomando mi mano para que me quedase allí.

—¿Dime qué sucede, Nina?

—Odio este castigo —admití, sorbiendo por mi nariz cuando sentí la opresión en mi pecho, consumiéndome—. Si lo que deseabas era hacerme sentir mal, lo lograste, Greg.

Me siento usada. No por él. Sino por mis recuerdos.

La fuerza con que mi novio se aferraba a mi mano, perdió potencia. Logré zafarme y caminar a mi cuarto de baño. Necesitaba que el agua me limpiase de nuevo, aunque nunca bastó una ducha para regresarme toda el alma al cuerpo, porque siempre una parte de mí, moría con cada trabajo sucio para padre.

Apenas entraba en el inmaculado interior de mi cuarto de baño, cuando sentí el brazo de Greg rodeando mi abdomen. Él es un hombre fuerte, me levantó del suelo como si nada, llevándome con él hacia la regadera.

Intenté liberarme, removerme, pero nada funciona cuando Greg está decidido a imponer su voluntad. Entramos al reducido espacio, y él cerró la puerta de cristal para quedar atrapados en la regadera. De nuevo, dejamos al mundo fuera, quedando solos.

—¿Qué fue todo eso? —murmuró molesto, mirándome con reproche.

—Nada.

—Nina...

NO JUEGUES CON EL PERVERSO ABOGADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora