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"Es Madison

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"Es Madison. ¿Ya vienes? Es urgente, Nina..."

Ethan no tuvo que pedirlo dos veces, aunque por un segundo todos mis órganos dejaron de trabajar al mismo tiempo. Sentí ese vacío en mi interior, como si se me hubiese caído el alma al suelo. Me asusté.

—Greg... —lo llamé desde la sala de estar, sonando un poco ansiosa.

—Dime, nena...

Me puse en pie, dejando el sofá hacia la habitación. La relajante música de piano se detuvo abruptamente. Sentí los pasos de Greg detrás de mí, siguiéndome de cerca.

—Nina. ¿Qué sucede?

Greg me sujetó el brazo, girándome hacia él cuando llegué a la habitación. Mi novio debió notar el pánico en mis ojos, en todo mi rostro. Se mantuvo en silencio, aunque parecía impaciente por saber qué fue lo que logró alterarme.

—No lo sé, es Madison —solté en un jadeo—. Me tengo que ir. Debo verla.

—Yo te llevo, descuida.

Acepté su ofrecimiento. Después de buscar ropa más apropiada, un pantalón y un suéter, dejamos el loft de Kensington en su Mercedes. Greg intentó hacerme preguntas en el trayecto, solo que mi respuesta siempre era la misma: yo no lo sé. Ethan no dijo demasiado, pero jamás me ha enviado un mensaje que diga que es importante e incluye a mi mejor amiga en la misma oración. Así que esto no era una falsa alarma.

Greg hizo lo suyo, conduciendo por Londres a las diez de la noche. El tráfico no era muy pesado, además de un par de semáforos en rojo, logramos llegar a Holloway Road en un buen tiempo. Aún con los reclamos de mi novio sobre mantener la calma, me bajé del auto apenas se estacionó a orilla de calle frente a mi edificio.

Corrí. Literalmente lo dejé atrás, con mi corazón en mi garganta y la preocupación atenazándome la sangre. Llegué a mi apartamento, la puerta estaba sin seguro, entré de inmediato encontrando a Ethan al final de la habitación, frente a la puerta cerrada de Madison.

—¿Ethan? ¿Qué sucede? —pregunté alterada.

Dejé la puerta principal abierta, para Greg. Pero mis ojos jamás miraron hacia otra parte que no fuese mi vecino y su expresión consternada. Sus ojos verdes, miraban de reojo la puerta de Madison antes de regresar su atención a mí.

A medio camino de la sala de estar, lo olfateé... Maddie estaba fumando.

—Nina... —comenzó mi vecino, sacudió su cabeza, mirando al suelo— no sé desde hace cuánto Maddie está encerrada en su habitación. Cuando vine, la escuché llorar... no quiere abrir la puerta, ni tampoco quiere decirme qué la tiene alterada.

Varias ideas cruzaron mis pensamientos. Todas relacionadas con sus padres. Solo esperé que no fuese así. Es difícil lidiar con esa clase de problemas cuando me hallo en la misma posición que ella, no sé cómo aconsejarla en un tema que soy inexperta.

NO JUEGUES CON EL PERVERSO ABOGADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora