7 7

5.1K 622 174
                                    

[GREG]

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

[GREG]

No sé qué día sea. ¿Tercero? ¿Séptimo, quizás? De lo único que estoy seguro es que no llevo aquí un par de horas. Que cada paliza no me deja inconsciente solo unos segundos. Me arrojan puñetazos como si fuese una carne dura sobre la tabla de picar. Y todavía no sé qué quieren.

Nadie dice algo. Nadie habla. ¿Con quién carajos estoy lidiando?

Sigo atascado esta vez en otra silla, con las muñecas atadas a los apoyabrazos, confinado en la asquerosa habitación que ahora conoce el color de mi sangre pintando el suelo y las paredes. La única luz es el viejo foco sobre mi cabeza que se esfuerza en mantener iluminado este sitio infernal. Me está matando mi hombro derecho, el parcho de gasa que cubre el agujero de la bala, sigue abierto, palpitando como si tuviese vida.

—Dios... —susurré dejando caer mi cabeza contra mi pecho, conteniendo mis lágrimas de rabia— Dios, que Nina esté bien. Que no le haya pasado lo mismo. Por favor... por favor... te lo ruego, que no le ocurra nada malo...

Me moriría si alguien entrase a la habitación solo para afirmar mis locos pensamientos. Tengo miedo, por ella, por nuestro hijo. Tengo miedo que les pase algo ahora mientras ya no soy útil para salvarlos. Matarme a golpes no me está quebrando, no saber sobre mi familia sí.

Me duele todo, incluso el corazón...

De la nada, escuché pasos bajando las escaleras. Con tanto silencio lo único que hace ruido es mi pesada respiración. Inhalé hondo, quemándome por dentro al solo mover mi pecho, no soy médico, pero considero que mis costillas están rotas. Nadie gime del dolor al respirar solo porque sí. Traté de apartar las lágrimas de mis ojos limpiándome en mi hombro izquierdo.

La puerta se abrió, me sorprendió que aquel tipo calvo no entrase para cubrir mi rostro. Esta vez, el hombre que caminó hasta que la luz mostró sus facciones fue otro.

Un hombre alto de piel bronceada y nariz aguileña un poco torcida a la derecha. Había una sombra de barba en sus mejillas, cubriendo toda su quijada cuadrada. En sus ojos oscuros no hallé una sola emoción, incluso si la mueca de sus delgados labios era una sonrisa.

Tenía el rostro y el porte de un matón. Incluso con su cabello negro perfectamente ordenado, y su ropa fina de sastre, él no podía ocultar su vacío rostro.

Estaba vestido como cualquier hombre de oficina, pantalón y saco gris a medida, camisa negra, sin corbata. Mocasines finos. Tatuajes en los nudillos de sus dos manos. ¿Quién demonios es este tipo?

—Hola, Greg —me saludó amable, con voz algo rasposa, arrastrando un suave acento italiano—. ¿Cómo estás?

Lo miré con enojo, frunciéndole el ceño.

—¿Quién diablos eres? —inquirí receloso.

El hombre rió entre dientes, miró a su alrededor hasta que sus ojos notaron mi vieja silla contra la pared. Empezó a acercarse a ella, despacio, sin necesidad de apresurar las cosas. De pronto alguien más bajó casi corriendo por las escaleras, el tipo calvo con el cejo fruncido permanente, entró a la habitación llevaba la funda negra para mi cabeza en su mano, mientras él respiraba agitado.

NO JUEGUES CON EL PERVERSO ABOGADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora