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—¡Oh, joder! —gruñó Greg

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—¡Oh, joder! —gruñó Greg.

Cubrí mi sonrisa entre mis dedos. Él estaba peleando con una bandeja caliente de lasaña. Conozco sus habilidades culinarias, sabe cortar vegetales —casi sin rebanarse los dedos—, sándwiches, tostadas con mermelada, cereal y leche, calentar waffles, él es un experto en eso. Puede prender y apagar una estufa, cualquier comida sencilla que solo necesite dorarse, él puede hacerla. No tiene un mal sazón, el hombre sabe lo suyo.

Pero los platillos más elaborados son difíciles de preparar para él. Creo que es porque no le gusta seguir instrucciones, y se desespera muy rápido. Por lo que yo sigo preguntándome ¿quién le ayudó a cocinar?

Cuando Greg propuso cenar a solas en su loft, no pude decir no. No quería decirle que no. Él estaba dispuesto a dejarme ir con otro; a pesar del dolor, celos y traición que se entremezcló en sus ojos. No hubo reclamos de su parte, solo resignación. Greg es consciente que envenenó lo que nos unía y está dispuesto a dejarme ir si eso asegura mi felicidad.

No creo ser feliz estando lejos de Greg...

De pronto mis pensamientos quedaron en pausa cuando él dejó mi plato de lasaña frente a mí y después colocó el suyo. Se sentó en el banco a mi lado, mirándome de reojo con mucha cautela. Yo estaba conteniendo mi sonrisa, mordiéndome los labios, Greg había hecho un desastre al cortar la pasta.

—Sé que se mira como si esto estuviese estropeado e incomible —aclaró enseguida, sin cuestionarme—. Pero en realidad, está muy bueno, Nina.

Solté una risa que no pude contener. Ladeé la cabeza, mirándolo con diversión.

—No es eso, Greg. Solo quiero saber ¿quién te ayudó con esto?

Greg se quedó completamente serio, sin ninguna expresión en su atractivo rostro. Aunque algo me decía que quería lucir indignado de mi pregunta indiscreta.

—Yo lo hice, nena —replicó con voz neutral, tomando mi copa vacía para llenarla de vino—. ¿Qué no me viste sacando la bandeja del horno?

—Sí —me carcajeé divertida—. También te he visto todo el día en la empresa. Y cuando llegamos, la lasaña ya estaba casi lista. Así que dime, ¿quién fue?

Este dejó mi copa sobre la superficie de la isla de la cocina. Resopló una vez, dejando caer sus hombros.

—Bien. Me atrapaste. Los padres de Aiden están en la ciudad, Clarice me ayudó con la comida —reconoció empecinado, mirándome de reojo.

Eso explicaba el vino italiano del viñedo de los Quest. Se sintió bonito que Greg tuviese cómplices para hacerme sentir especial. Las flores, las cartas, sus besos, sus miradas, sus "te amo", esta cena. Cristo. No puedo resistirlo.

—Awww... eso es tan lindo de parte de ella —admití sonriente.

Probé un bocado de lasaña, suspirando maravillada por las hierbas y los quesos que le dieron un verdadero sabor a la comida. La rica salsa y la tibia carne. Cristo. Tenía meses con mi paladar depresivo, comidas como esta traían a mis pupilas gustativas de entre los muertos.

NO JUEGUES CON EL PERVERSO ABOGADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora