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—Por favor dime que ya se acabaron tus reuniones, Nina

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—Por favor dime que ya se acabaron tus reuniones, Nina. Porque yo...

Greg cerró la puerta de mi oficina, apoyándose contra la madera apenas creyó que estábamos solos. Cuando giró su rostro hacia mí, enmudeció al ver a mis dos hermanas ocupando las sillas de invitados frente a mi escritorio. Tres pares de ojos observándolo.

—Hola, Greg —sonrió Chleo, tratando de contener su sonrisa divertida.

Greg se acomodó la corbata, recuperando su temple serio.

—Chleo. Irina. Hola.

Ninguna pudo contenerse, empezaron a reír mientras Greg sacudía su cabeza al acercarse. Todo el día él ha intentado tener un tiempo libre conmigo, uno con más de cinco minutos. Pero sus reuniones y las mías han hecho que sea imposible estar a solas.

Greg saludó a mis hermanas con su característica cortesía. Hace mucho tiempo que lo había presentado a ellas, sin embargo, han pasado dos años y dudo que llegue el día que quiera que conozca a mis padres en persona. Aunque tal vez ese día esté por llegar...

—¿Y qué hacían? —preguntó mi novio— ¿Planear una salida de chicas o algo así?

Él rodeó mi escritorio, dejó un beso en mi frente antes de quedarse detrás de mi silla, con su mano dentro del bolsillo del pantalón.

—Mmm... no tanto así... —inició Irina.

Mi hermana menor arrugó la nariz con cierta reticencia, al mismo tiempo que Chleo se mordía los labios, incómoda. Ellas dos, tenían un parecido extraordinario. Mismo cabello lacio y platinado cuando el mío y el de Scott poseía ciertas ondulaciones y un tono más oscuro de rubio. Ojos grandes y verdes, además de la inconfundible nariz respingada de madre. Son detalles nimios que a veces son demasiado grandes para ignorar.

—En realidad, es más una cena, Greg. Como... de cumpleaños —comenté, reticente.

Ambas rubias alzaron la mirada de nuevo a los ojos de mi novio. Tienen ese factor sumiso de evitar la confrontación visual con un hombre que madre les inculcó desde pequeñas. Eso siempre complació a padre. Tal vez sea otra razón del por qué les tomó más afecto que a sus dos hijos rebeldes.

—¿Ah sí? Y... ¿quién de ustedes será la festejada?

La pregunta de mi novio trajo consigo otra ola de incomodidad. Suspiré con pesadez, antes de cerrar mis ojos.

—De padre —admití empecinada, siseando entre dientes.

Mis dos hermanas llevaban media hora convenciéndome de asistir a la cena en honor a nuestro progenitor. No solo la familia estaría reunida, sino que también irían muchos amigos de los Wallace, o sea, conocidos de padre, hombres que lo respaldan en la cámara de lores, sujetos a los que posiblemente fui entregada como moneda de cambio sin que mis hermanas o madre supieran.

NO JUEGUES CON EL PERVERSO ABOGADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora